El país viene hablando del postconflicto como un paso que llegará luego de que se firmen los acuerdos de paz con las Farc, lo que parece irreversible, y con el Eln, que seguramente se verá abocado a terminar por la vía del diálogo el conflicto que tiene con el Estado. No obstante, el Gobierno Nacional dejó pasar una oportunidad de oro para probar en Caldas sus programas de reconciliación, restitución y reparación. Este departamento sufrió de manera dramática en los 90 y los primeros años de este siglo la presencia de estructuras armadas que desestabilizaron la institucionalidad.
Aquí estuvo presente la facción más sanguinaria del Epl, que no se desmovilizó, en el Occidente del departamento, con su estela de secuestros y homicidios. También el 47 frente de las Farc, al mando de la violenta Karina. El Eln con los Bolcheviques, que se asentaron en el Páramo del Ruiz, con afectación de Tolima y sus límites con Caldas. Como si fuera poco, dos estructuras temibles de los paramilitares, las del Magdalena Medio al mando de Ramón Isaza, recientemente liberado por haber cumplido la pena impuesta, y el Frente Cacique Pipintá, dependiente del temido Bloque Central Bolívar. Y desde la capital parecen no darse cuenta de lo grave de las secuelas de la presencia de todas estas agrupaciones al mismo tiempo en este pequeño departamento.
Sin embargo, también fue en este territorio en donde la Seguridad Democrática empezó a mostrar sus bondades, con el desmantelamiento, una a una de esas estructuras; con el acogimiento de las fuerzas de Ramón Isaza a Justicia y Paz, y la desmovilización extemporánea del Cacique Pipintá. Poco a poco los campesinos fueron tomando confianza y regresando a sus parcelas, pero el daño estaba hecho, centenares de muertes, desarraigo de las familias, economías golpeadas de manera grave y secuelas tan serias como la posibilidad de que campesinos que sembraron coca, muchos de ellos obligados por estos grupos armados, hoy pueden perder sus parcelas.
Qué buen laboratorio para lo que viene sería Caldas. Cómo no meterse la mano al bolsillo el Gobierno para probar aquí todos sus programas para atender el postconflicto. Si, una treintena de familias del corregimiento de San Daniel en Pensilvania pierde sus fincas por las secuelas de la guerra, así hoy vivan con lo que produce legalmente la tierra, el Estado habrá fracasado en su política de permitir que los verdaderos dueños sean quienes la cultiven, bandera de los acuerdos de paz. El Congal, una vereda en Samaná, empieza a ver la luz al final del túnel, después de casi tres lustros de que fueron expulsados de sus predios pronto regresarán, así se comprometió la Gobernación y ha hecho todo por cumplir.
Qué bueno que el Gobierno Nacional vea cómo mejorar las vías de este abandonado y lejano Oriente caldense, como la vía del Renacimiento que une a La Dorada con Sonsón, antes gran arteria del país y hoy convertida en camino de herradura. Sin embargo, a pesar del compromiso de las gobernaciones de Antioquia y de Caldas, desde la Presidencia no se procuró siquiera el envío a un evento que reunió allí a casi tres mil personas de su ministro del postconflicto. Esto nos llama a invitar a quienes aún gobiernan desde los escritorios bogotanos a que se den cuenta de la realidad de este golpeado departamento. Sin ese sentido de realidad será muy difícil que se pueda pensar en un país que supere las secuelas de la guerra.
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