Colombia perdió a un gran humanista con la muerte de Carlos Gaviria Díaz. Un hombre que por sus valores éticos en todos los espacios que ocupó, por la seriedad de sus planteamientos, por la coherencia que siempre tuvo entre los actos y las palabras, y por su carácter firme pero respetuoso, logró que incluso sus mayores contradictores lo consideraran un ser valioso, un maestro que le enseñó al país a valorar al otro, al que sin pensar igual merece ser escuchado y respetado. Nadie pudo dudar de su honestidad y autenticidad como ser humano.
El expresidente Álvaro Uribe, quien fue alumno suyo en la Universidad de Antioquia, escribió ayer en Twitter: "Observé positivamente que sus ideas políticas nunca lo llevaron a abandonar su preferencia por el Estado de Derecho como forma de organización de la sociedad". Incluso reconoció sus condiciones intelectuales y su autoridad como maestro: "Siempre debatí con él, siempre admiré su cultura, su versación jurídica y filosófica y la claridad de su exposición [...]. Para confrontarlo se requería estudiar".
Hasta Fernando Londoño Hoyos, quien ha sido tan recio contra las opciones ideológicas contrarias a su pensamiento político, se atrevió a decir de Gaviria que fue "un hombre que nunca instigó la violencia, un izquierdista convencido, un hombre decente". ¿Será que, como popularmente se afirma, no hay muerto malo? Creemos que en el caso de Carlos Gaviria ese adagio no encaja, porque en realidad este librepensador fue un hombre bueno, con ideas que a muchos no les gustaban, pero siempre bien argumentadas y expresadas con altura ética e intelectual.
El connotado abogado se fue a la tumba con el récord de ser el líder de izquierda que logró el mayor respaldo en la historia de la contienda por la Presidencia de la República en Colombia. Ocurrió en el 2006, cuando ocupó el segundo lugar detrás del reelegido Álvaro Uribe. Eso también demostró que no solo los opositores lo tuvieron en buen concepto, sino que hasta las múltiples tendencias de la izquierda colombiana, que difícilmente se ponen de acuerdo para algo, le dieron un respaldo casi unánime en esa ocasión, cuando representó al Polo Democrático Alternativo.
Antes de que se metiera en las carreras de la política, Gaviria Díaz fue reconocido como un magistrado que lideró polémicas ponencias que aún siguen generando controversia. Hijo de un periodista que se suicidó en la década de los 40, cuando era apenas un niño, siendo magistrado de la Corte Constitucional logró que se aprobara la eutanasia en Colombia, asunto que el Legislativo lleva cerca de 20 años evadiendo en cuanto a su reglamentación. También se le debe el revolucionario paso de aprobar el aborto para tres casos específicos, y fue el ponente de la despenalización de la dosis mínima de droga, con lo que se convirtió en pionero de un debate que aún es agudo en el mundo.
Su talante fue el de un liberal radical, en el sentido de estar comprometido a fondo con la defensa de las libertades públicas y la defensa de los derechos humanos. Si bien era fácil no estar de acuerdo con él en muchas cosas, de lo que no había duda era que sus convencimientos no eran caprichosos, sino que siempre estaban respaldados por una profunda formación de humanista y una inmensa capacidad para argumentar con toda lógica cada planteamiento. Siempre reposado y de buenas maneras, su radicalismo liberal lo convirtió en un demócrata como pocos.
Ahora que la Corte Constitucional, a la que perteneció, pasa por la etapa más oscura y cuestionada de su historia, el legado de Gaviria Díaz debería permitirle reconstruirse sobre la base de sus enseñanzas éticas. El mayor homenaje que Colombia podría hacerle es avanzar hacia la recuperación del prestigio para todas las instancias e instituciones de la justicia, asunto que justamente hoy es un gran desafío para el país.
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