Disculpe el señor es una canción de Joan Manuel Serrat, una pieza sarcástica llena de poesía, dirigida a los países ricos en torno a su actitud frente a los pobres del mundo, a los que lo arriesgan todo para pensar que, por ejemplo, en una Europa en crisis estarán mejor que en sus lugares de origen. “...se nos llenó de pobres el recibidor y no paran de llegar, desde la retaguardia, por tierra y por mar...”, dicen estos versos musicalizados que casan perfecto para describir la situación que se vive hoy en Lampedusa (Italia).
Los por lo menos 300 muertos que dejó el naufragio de una embarcación que intentaba llegar a la isla italiana, al parecer, procedente de las costas de Libia, con mayoría de emigrantes de Eritrea y Somalia, no tienen un nombre distinto al de “vergüenza”, tal como lo calificó el papa Francisco. Muestra una dura realidad cimentada en quienes han obtenido riqueza y en oposición de los que no alcanzan siquiera a tener un mínimo de dignidad humana en sus naciones, las nuestras, por lo que son lanzados a arriesgar la vida.
A medida que se conocen detalles, el drama aumenta. Medio centenar de niños se cuenta entre las víctimas y muestra el desespero de sus padres, con toda esperanza de que no puede haber un infierno peor que lo que enfrentan en sus países. Una Europa, supuestamente empobrecida, sigue siendo destino diario de aventureros que creen que allí encontrarán un mejor lugar, tal como los cordones de miseria de nuestras ciudades, que son vistos por muchos de nuestros campesinos como un mejor lugar, ante la miseria que viven en sus territorios.
Lo peor de todo es que seguramente esto no detendrá la emigración, como las historias terribles del tren de la muerte que atraviesa de Centroamérica a México no paran a quienes quieren llegar a Estados Unidos, así entre los riesgos se sepa de torturas, secuestros, crímenes sexuales y, por supuesto, asesinatos. ¿Cómo se detiene esto?, con un mundo más justo y eso parece un ideal lejano. Esto de que existan naciones que se crean de mejor clase, con derecho a negar entradas y salidas o de buscar la unión solo para los suyos lleva a estas lamentables noticias.
Se derramarán lágrimas, habrá seguramente algún gran debate en el Parlamento Europeo y en la ONU, pero pasará el duelo y todo continuará igual. La deshumanización de los estados es pieza clave en tragedias como esta. Si se pierde el interés por el ser, se pierde toda esperanza de un mundo mejor, no solo para quienes tienen con qué pagar para que así sea.
Tomamos prestadas las palabras del presidente uruguayo José Mujica en la Asamblea de la ONU en días pasados: “Hoy, es tiempo de empezar a tallar para preparar un mundo sin fronteras”. Ese clamor debe escucharse para que realmente se retome el sueño de la posguerra de mediados del siglo pasado, el de la etapa postcolonial en el norte de África y, si miramos más atrás, el de los ímpetus libertarios y de igualdad de la Francia de finales del siglo XVIII, de los Estados Unidos poco después y de las naciones latinoamericanas con Bolívar y San Martín a la cabeza.
Que haya hambre en este momento en muchos países no es precisamente humano. “Es posible arrancar de cuajo toda la indigencia del planeta. Es posible crear estabilidad y será posible a generaciones venideras, si logran empezar a razonar como especie y no solo como individuo”, dijo también Mujica. Esperemos que no sea tarde para entenderlo. De lo contrario, como reafirma Serrat en su poema, esto se les devolverá a las potencias, tarde que temprano: “vienen a millones y curiosamente, vienen todos hacia aquí “. Mientras tanto, seguramente tendremos que seguir viendo la crudeza de la realidad, tan lejana de los sueños de la especie humana.
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