Desde el Gobierno Nacional se pregona el trabajo que se viene haciendo para mejorar los niveles de la calidad educativa, desde el preescolar hasta la universidad. Se afirma que es la primera vez que en el Presupuesto Nacional los recursos destinados a educación están por encima de los que se invertirán en el sector Defensa. Se asegura que hay afán de seguir las recomendaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para poder ingresar pronto al club de los países con mejores niveles de bienestar económico.
No obstante, todo eso contrasta con la realidad que se padece en las áreas rurales. En Caldas tenemos ejemplos lamentables como los del colegio de la vereda El Purnio, de La Dorada, en donde la infraestructura no es suficiente para atender a los 350 alumnos, por lo que les toca dividir los salones con biombos y compartir el único tablero entre dos grupos. También está la situación de la escuela Simón Bolívar del corregimiento La Paila, de Filadelfia, donde además de falta de profesores hay problemas con los baños. Y, como si fuera poco, en la escuela de la vereda La Divisa, del corregimiento de Pueblo Nuevo, en Pensilvania, también faltan profesores y reparaciones locativas.
Hay, en realidad, un panorama de desequilibrio e inequidad entre las escuelas de los sectores rurales y urbanos, cuando las mayores necesidades están en el campo, y allí también deberían enfocarse los esfuerzos más grandes. Si bien hay que buscar los impactos más fuertes en las ciudades y colegios con mayores poblaciones de estudiantes, es fundamental también romper las desigualdades que se han tenido históricamente y que han afectado a las áreas rurales de manera directa. Si logramos que se eduquen bien los hijos de nuestros campesinos, e incluso les agregamos una formación orientada a mejorar las condiciones del campo, en general, estaremos haciendo una gran inversión para un buen futuro del país.
Es un acierto la apuesta por la jornada única, y que la ministra de Educación, Gina Parody, busque que todos los colegios oficiales del país estén montados en la misma dinámica en diez años (Chile demoró 15 en implementarla). Esa iniciativa apunta de manera clara a que los niños y jóvenes hagan un mejor uso del tiempo libre, a que se alimenten en forma más adecuada y a que encuentren otras opciones para desarrollar sus habilidades, lo cual tendrá que arrojar muy buenos resultados en el mediano y largo plazo. Sin embargo, ese buen camino contrasta con la oscuridad a la que se ven abocados tantos otros niños que se educan en medio de enormes dificultades, principalmente en zonas alejadas.
Frente a la calidad de la educación en las áreas rurales ya el Gobierno Nacional ha resaltado que Francia se comprometió a ayudarle a Colombia a copiar su exitoso modelo, como una manera de contribuir en las acciones que deben implementarse en el posconflicto. La idea es no solo llevar educación de calidad, sino tecnología relacionada con las labores agrícolas, con el fin de que los campesinos obtengan beneficios económicos de sus actividades y cada vez se conviertan más en verdaderos empresarios rurales. Eso está bien concebido, pero no hay que esperar a la posible firma de la paz con las Farc, sino que hay que empezar desde ya a derrotar la violencia a través de este camino.
Hay mucho para hacer por la educación en el país. Se requiere una visión cada vez más integral, de tal manera que las distancias no sean obstáculo para la formación de primer nivel desde los años iniciales de la escuela, y que la educación superior también pueda llegar a las áreas rurales, sin que eso signifique desventajas frente a quienes se educan en las ciudades. No podemos seguir admitiendo problemas tan serios en nuestras escuelas rurales, como los que se observan en las instituciones educativas mencionadas en los municipios de Filadelfia, Pensilvania y La Dorada.
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