emocracia no solo es tener elecciones libres. Eso solo es una mínima parte. No obstante, ha hecho carrera en muchos círculos pretender que hay democracia en donde se suceden las asistencias a las urnas cada tanto. Eso no es nada nuevo. Ya Hitler lo usó hace poco menos de un siglo, manipular las mayorías para imponerse sobre las minorías. Por eso es que a las votaciones para elegir representantes o para tomar decisiones deben sumarse otros hechos que enriquecen la democracia: los contrapesos, el equilibrio de poderes, el respeto a las minorías, la protección de los derechos humanos, el respeto a las reglas de juego. Cuando Montesquieu pensó la separación de las ramas del poder público estuvo muy bien para el momento, pero ya sabemos que hoy, además de esa independencia de cada una debe haber otros elementos que fortalezcan las decisiones colectivas de un pueblo o nación.
En las últimas semanas han sorprendido en el país propuestas de algunas personas promoviendo la participación ciudadana, la que tanto se ha reclamado desde la Constitución del 91, pero con el problema de que lo hacen en busca de tomar decisiones que no deberían resolverse por esta vía, sino por decisiones responsables, soportadas y con respeto por los demás, no con base en fundamentalismos. En Bogotá un grupo busca que sea mediante las urnas que se prohíban las corridas de toros. Que sean los ciudadanos los que se pronuncien, como si la Corte Constitucional, al avalarlas, no hubiera demostrado ya que lo que defendió en ese caso es el respeto por las minorías. Esa es la verdadera democracia, un sistema en el que quepamos todos con nuestras diferencias. Otros hablan de decidir por esta vía la pena de muerte y la cadena perpetua. ¿Es el camino?
Por su parte, la exfiscal General de la Nación y congresista Viviane Morales presentó un importante número de firmas en busca de que se apruebe un referendo en el cual sea la ciudadanía la que decida sobre la adopción para parejas del mismo sexo, asunto al que la Corte una vez más se le salió por la tangente y aplazó la decisión de fondo, impidiendo que el país dé un paso en la igualdad de derechos. Esa no es la manera. De nuevo nos encontramos con los derechos de las minorías, pero más importante aún, con un país que requiere trabajar en la tolerancia y esta no se logra decidiendo en las urnas temas que forman parte de los retos a las sociedades modernas. Evitar la realidad por voto popular es la peor de las decisiones.
En un mundo en el que el poder de las grandes corporaciones, por un lado, y los mesianismos populistas, por el otro, amenazan de manera compleja la democracia no es momento para, so pretexto de fortalecerla, reducirla. No es que no se puedan hacer consultas populares o referendos, sino que estos deben reservarse para temas complejos como la decisión de un municipio sobre si quieren apostarlo todo a la educación o a la minería, para buscar respaldos a iniciativas del ejecutivo, pero no pueden servir, desde ningún punto de vista, para imponer por voto el parecer de las mayorías. Más bien promovamos debates, abramos espacios para que las mentes dialoguen, aportemos estudios técnicamente soportados para justificar ciertas decisiones, pero el paso que tanto necesita dar este país hacia la modernidad -incluido el respeto por el otro- no se puede lograr por medio de la mitad más uno.
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