a ética es un impulso a la excelencia, nos dice Javier Darío Restrepo, tratadista colombiano experto en este tema, y principalmente en los asuntos del periodismo. Para él, este concepto debe dejar esa mirada que atrapa en una camisa de fuerza de normas y reglamentos para dar el paso a una búsqueda más cercana a la realidad, aspirar a ser ético en cada momento de la vida, no solo en el que se presente un dilema profesional.
Para nadie es un secreto que la asignatura de ética en la universidad, en la mayoría de los casos se ve como una costura, una materia de bajo perfil con la que toca cumplir, tal como ya lo advirtió Fernando Savater en su famosa Ética para Amador, que critica que esta se enseña como adoctrinamiento religioso. Por eso, en ese superventas, lo que hace el filósofo español al escribirle a su hijo y decirle que le va a hablar de ética es advertirle que eso significa hablar de ellos, de sus vidas. Eso es lo que hemos perdido, esa humanística en la formación. Que la ética trascienda todas las materias y no que se relegue a la hora semanal.
Qué nos ganamos con que se incrementen las horas de la cátedra de ética si la asignatura siguiente se ve con un profesor al que no le importa plagiar; si en la empresa se escribe un manual, pero a la hora de ganar un contrato no importa si toca pagar mordida; si se extreman las penas contra la corrupción si al final al corrupto le importa un bledo la amenaza de cárcel, pues cumplió con salir con plata de su mal proceder. Esto empieza desde cuando se justifica el saltarse una luz roja de un semáforo o la fila en la EPS, o se torna normal el recibir costosos regalos de los subordinados.
Autoproclamados abogados sofisticados dejan muy claro que una cosa es lo legal y otra lo ético. Esta perogrullada del señor Abelardo de la Espriella permite ver lo lejos que estamos de recuperar eso que mencionó en días pasados en una entrevista en LA PATRIA el exdirector del Fondo Mundial contra el sida, la tuberculosis y la malaria, el banquero manizaleño Gabriel Jaramillo Sanint: la ley hay que cumplirla y sobre eso no hay discusión, pero advirtió que hacer eso no basta.
El problema no es cómo nos comportamos frente a los demás, si cumplimos las normas o no. Es cómo somos frente a nosotros mismos, cuando nadie nos mira. Interiorizar esas conductas que nos quisieron legar los mayores. De lo contrario, de nada servirá que se cambie la Constitución para lograr el equilibrio de poderes con menos intereses para quienes forman parte de ellas si las personas que ocupen esos cargos tienen un sentido muy bajo de lo que debe ser el respeto por la dignidad de la institución.
Se tiene que es trabajar en nuestra sociedad, pensando en la importancia de respetar los mínimos de convivencia y eso implica la cosa pública. Para ello es clave que entendamos que esto no se arregla pidiendo renuncias, generando escándalos, creando leyes, sino trabajando desde lo profundo del ser humano, convenciendo de que el atajo no es la salida y que los logros son el premio al esfuerzo, no al voto por el que me va a dar algo ni pagar plata a un funcionario es compensación porque me deja ganar el contrato. Los escándalos de los últimos días solo ratifican que la ética es un asunto de todos.
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