Las familias colombianas están sintiendo en carne propia las alzas exageradas en los precios de los alimentos, que en parte se atribuyen a los efectos del fenómeno del Niño. Los productos de la canasta familiar sufren estas variaciones también por la devaluación del peso frente al dólar, una situación que desde mediados del 2014 tomó fuerza y que se mantiene. Sin embargo, esas no parecen ser las únicas causas de los incrementos, razón por la cual el Gobierno Nacional empieza a estudiar posibles alternativas para ejercer controles.
La evidencia de una inflación de enero que se ubicó en 1,29%, superior en 0,65 puntos porcentuales al mismo indicador para enero del 2015 deja ver que hay cierta distorsión en el mercado que podría llevar a un alza exagerada del Índice de Precios al Consumidor (IPC) en los próximos meses. Desde enero del 2000 no se tenía una inflación tan alta para ese periodo y es real que para los compradores de tiendas y supermercados los tubérculos, las legumbres, las hortalizas y las frutas han registrado reajustes en sus cotizaciones entre un 40% y 400%.
De hecho, el alza en los alimentos fue del 2,82% en enero, y el acumulado de 12 meses es de 12,26% para ese ítem. Si se permite que se mantenga esta dinámica, la inflación del 2016 podría terminar rompiendo todas las barreras, con los respectivos impactos perversos para la economía. Si es verdad que el Niño irá hasta mediados de año y el dólar sigue subiendo, como parece que ocurrirá, las tensiones serán favorables a una mayor inflación. Lo peor es que en ese acumulado de 12 meses, Manizales es la ciudad colombiana con inflación más alta, con un 8,78%.
También se acusa a los intermediarios de ser responsables de la disparada en los precios. Hay un ambiente de especulación que afecta de manera directa a los consumidores, quienes en muchos casos se abstienen de comprar, lo que terminará afectando la calidad de la alimentación de muchas familias. Ahora bien, suena populista la apuesta del ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri, de señalar de manera directa a las grandes superficies y almacenes de cadena como los culpables de la escalada de precios, y en amenazar con intervenciones que podrían introducir nuevas distorsiones en el mercado.
Hay otros tipos de intermediarios innecesarios, quienes están haciendo su agosto apoyados en la especulación, haciendo ver los efectos del Niño y de la devaluación como más graves de lo que realmente son. Aunque también es cierto que a los productores se les han encarecido los insumos y que gran parte de las cosechas se han afectado por la sequía, las alzas que han aplicado los cultivadores a sus productos tampoco llegan a niveles tan exagerados como los que ha debido asumir el consumidor final.
Sin que se llegue a controles excesivos y malsanos como los aplicados en países como Venezuela, es importante que el Gobierno encuentre fórmulas para fomentar que las variables que están incidiendo en las alzas puedan simplificarse y asegurar que los precios guarden una escala sensata. Una buena manera en que las grandes superficies pueden ayudar a que los precios, especialmente de los perecederos, se comporten de una manera que satisfaga tanto a la oferta como a la demanda, es que les compren directamente a los productores, a precios justos.
Una buena alternativa, quizá, sea establecer centrales de acopio en lugares de fácil acceso para los productores, en las que puedan vender bien sus productos, a cotizaciones que guarden equilibrio con la realidad, para que la canasta familiar no se desborde en sus precios y termine afectando más la inflación. Frente a la calidad, los mismos supermercados podrían trabajar de la mano con los campesinos, para capacitarlos sobre las características de los productos que les interesan, y llevar así los alimentos a los lugares de expendio a buenos precios y al gusto de los consumidores.
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