El lamentable caso del misil que derribó un avión de Malaysia Airlines con 298 pasajeros civiles, en el oriente de Ucrania, sobre cuya autoría se tejen toda clase de hipótesis, podría llevar a que el mundo reviva tensiones similares a las de la Guerra Fría, durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado. De hecho, el líder ruso Vladimir Putin, quien poco antes del episodio terrorista realizó una gira estratégica por América Latina, se muestra cada vez más agresivo frente a los países líderes de la Unión Europea y de los Estados Unidos.
Mientras que Rusia responsabilizó del siniestro a las autoridades ucranianas, por no haber cerrado el espacio aéreo en una zona de combate, ya parece muy claro que el misil fue disparado desde territorio controlado por rebeldes prorrusos en Ucrania. También se ha especulado acerca de la supuesta intencionalidad de atacar el avión del Putin, que habría pasado cerca del lugar del ataque con pocos minutos de diferencia con respecto al momento del lanzamiento del misil. Lo cierto es que las víctimas del Boeing 777 fueron 189 holandeses, 44 malasios, 27 australianos, 12 indonesios, 9 británicos, 4 belgas, 4 alemanes, 3 filipinos, un canadiense y un neozelandés.
En estos momentos lo necesario, tal y como lo planteó el presidente norteamericano, Barack Obama, es que haya un cese del fuego en la zona y sean entregadas la cajas negras del avión, para facilitar las investigaciones que establezcan la verdad de lo ocurrido. El hecho se hace más confuso por la supuesta orden que recibieron los pilotos de la aeronave de volar más bajo de lo que estaba previsto en el plan de vuelo. Cualquiera que sea la conclusión de esas investigaciones, las relaciones entre Rusia y el resto del mundo desarrollado se verán afectadas.
En el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, donde tienen asiento las grandes potencias, se vivieron ayer agudas tensiones que podrían empeorar con el paso de los días. No podemos olvidar que los ucranianos acusaron a Rusia de haber derribado el pasado lunes un avión An-26 y el miércoles otra aeronave de combate Sukhoi Su-25. Para mayor preocupación, los Estados Unidos han dejado ver que sospechan que militares rusos pudieron haber ayudado a los rebeldes con la peligrosa arma usada en el ataque, aparentemente un misil tierra-aire SA-11.
Así las cosas, el balón está en la cancha de Rusia, si es que se quiere pacificar esa zona y recuperar la calma. Hay que persuadir a los rebeldes de ponerle punto final a un conflicto que se ha venido escalando en las semanas recientes. La posibilidad de desactivar esa bomba de tiempo la tiene Putin en sus manos, de lo contrario se podría estar llegando a una especie de nueva Guerra Fría que pondría la seguridad del mundo en grandes dificultades. Al parecer, las sanciones económicas que hasta ahora se han aplicado a los rusos, solo han servido para atizar la hoguera.
Para la aerolínea malasia esta tragedia termina siendo una especie de golpe de gracia a su maltrecha reputación, condición que se hizo popular con el incidente de hace cuatro meses cuando otro avión suyo desapareció cuando viajaba hacia China, al parecer en aguas del Océano Índico. Incluso un pasajero que murió en el incidente del jueves había bromeado por Facebook, con una supuesta desaparición de la aeronave, poco antes de abordarla en Amsterdam (Holanda). No desapareció, pero sí fue derribada en un caso igualmente sorprendente e inusitado.
La comunidad internacional tiene el deber de esclarecer plenamente lo ocurrido con el avión atacado, y ver los grados de responsabilidad que les caben a los gobiernos involucrados en esta absurda confrontación. El mundo atraviesa por un delicado momento con varios conflictos, sobre todo en el Oriente Medio y Asia, que amenazan con profundizarse, si no se les pone rápidamente el freno que necesitan.
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