Se cumplieron ayer 15 años del trágico día en que el frente 47 de las Farc se tomó el corregimiento de Arboleda (Pensilvania) y asesinó a 16 personas, entre ellas 3 civiles. La gente del poblado recuerda que el Gobierno demoró dos días para enviar refuerzos militares y hoy guarda todavía la esperanza de que pronto se conozca toda la verdad y que los subversivos reparen su dolor. Es comprensible que, pese a que ya pasaron tres lustros de aquel oscuro día, hoy se escuchen sus lamentaciones.
Debido a este tipo de hechos tan dolorosos, protagonizados por las Farc en su larga historia de violencia, es que resulta tan difícil para algunos sectores de la sociedad aceptar que pueda haber el más mínimo grado de impunidad para quienes lideraron los ataques. Ahora bien, no puede perderse de vista que alias Karina, quien comandó todos esos hechos criminales, luego de desmovilizarse se convirtió durante el segundo gobierno de Álvaro Uribe en gestora de paz, y que tiene protección del Estado. Hoy enfrenta acusaciones por sus múltiples crímenes ante tribunales de Justicia y Paz. Como sea, es fundamental superar el escenario de los lamentos para pasar a los terrenos de la reconciliación.
Desde luego que ese es un paso difícil, inclusive tal vez sea un pedido de generosidad demasiado grande para quienes perdieron a sus seres queridos en medio de la guerra, y más aún si fueron asesinados vilmente como ocurrió en muchos casos, y por eso es comprensible que llegar a instancias de perdón no será sencillo. También es lógico que ante el posible rearme de actores ilegales en esa zona del departamento de Caldas se disparen las preocupaciones y que muchos teman que retorne la pesadilla.
Debemos reflexionar mucho acerca de lo que pasó durante el final de la década de los 90 y la primera mitad de la década pasada en la región, cuando fuerzas guerrilleras y paramilitares sembraron de muerte los territorios caldenses. Esa es una situación que no puede repetirse por ningún motivo. Las autoridades tienen que garantizar que, además del desminado de los campos, y del retorno tranquilo de las familias desplazadas, todos los habitantes del departamento, sobre todo los del oriente, cuenten con la garantía de que la violencia se quedará en el pasado para siempre.
Resulta clave, por eso, que se refuerce la vigilancia en toda esa zona y que sean atajadas las posibles incursiones de quienes quieran infundir el pánico. También es imperativo que las conversaciones de La Habana (Cuba) rindan frutos concretos al final de este año, pues la extensión artificial de esos diálogos sin ponerle fin definitivo al conflicto, lo único que haría es aumentar las incertidumbres en comunidades como la de Arboleda, donde el sufrimiento no cesa.
Ojalá que en un próximo aniversario de la sangrienta toma de ese corregimiento, no solo se recuerden sus muertos como un hecho oscuro que enlutó a todo Caldas, sino que pueda también convertirse en símbolo de un nuevo comienzo, en el que se construya un futuro para Colombia alejado de las balas y el odio.
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