Los soles de Amalfi
Es su primera novela. La influencia de García Márquez está en lo esencial. Inspirado en los sentidos. Vuelta a la infancia.
Gloria Luz Ángel
LA PATRIA | BOGOTÁ
El pasado 30 de enero, uno de los biógrafos de Gabriel García Márquez Dasso Saldívar presentó Los soles de Amalfi, en La Cueva, en el Carnaval de las Artes de Barranquilla. En el mismo sitio en que el Nobel se reunía con sus amigos a departir sobre literatura.
Dasso Saldívar, quien tiene la doble nacionalidad colombiana y española, rememora su infancia vivida en el norte antioqueño en este libro que es su primera novela.
¿Cómo biógrafo de García Márquez, qué tanta influencia hay de él en su novela?
No sabría decir, como no sabría decir cuánta influencia hay de Rulfo, de Aurelio Arturo, de Saint-John Perse, de Schwob, de Darío, de Homero, de Hesíodo, o del Poema de Gilgamesh y del Popul-Vuh, por ejemplo. Lo que sí sé es que la influencia mayor de García Márquez no está en lo formal, sino en lo esencial, como una corriente oculta, que es el nivel donde subyacen las influencias positivas.
¿El tiempo en la novela está regido por el sol?
Sí, pues para los personajes, especialmente para Anatolia y su nieto Talo, sus días y sus vidas están marcados y determinados por la salida y la puesta del sol. Incluso hay un personaje, Joaquín Zorra, que le explica al niño Talo que es el sol y no el reloj el que teje los minutos, las horas y los días, mientras Anatolia lee la hora en la pupila de sus gatos abisinios y en la sombra que proyectan las montañas y las cosas.
¿Qué tanta melancolía tiene usted de su niñez o de su vida en el campo?
Toda, porque la niñez y las experiencias del campo, que son mucho más ricas de lo que suele pensarse, me suministraron las bases esenciales del hombre y del escritor que sería después. Pero para mí la melancolía no es siempre la nostalgia. La melancolía es como esa pátina que nos van dejando en el alma las vivencias, el decurso del tiempo, y está siempre ahí, querámoslo o no, sepámoslo o no, mientras que la nostalgia es un deseo consciente, y a veces torturante, de volver a ser, de volver a estar. De ambas padecemos o gozamos todos los seremos humanos.
Hay una buena descripción de los olores del campo en la novela ¿Tiene recuerdos de ellos?
Claro, y muy intensos, igual las experiencias de los otros sentidos. Hay olores que son para mí libros abiertos de la memoria, como el de los cafetales, el de la hierba y el rastrojo recién cortados, la cañafístula o la guayaba, el mango o el zapote. Lo mismo me ocurre con las imágenes y los sonidos, sobre todo el sonido del silencio, porque el silencio, al contrario de lo que pudiera pensar un citadino, no es la ausencia de sonidos. El silencio tiene su propia música. A propósito, el novelista peruano Alonso Cueto dijo que yo había escrito Los soles de Amalfi “inspirado en la música de los sentidos”.
¿Cree en los duendes?
Lo importante es que creí en los duendes, y en esta medida formaron parte de mi niñez, de mi realidad de entonces. Y creí todavía más en ellos cuando, al escribir la novela, viajé (no volví) al país de mi infancia a través de Anatolia, Talo y otros personajes.
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