¿Se ha asomado usted a la ventana alguna vez a la media noche para observar el paso del camión de la basura? ¿Ha visto cómo trabajan los operarios de este servicio? Este es un claro ejemplo de un oficio de invaluable utilidad social y al mismo tiempo totalmente invisibilizado, que solo se hace notorio cuando hay problemas con él, como recientemente en Bogotá. Entonces, ahí sí se reconoce su gran importancia, pues un solo día sin que se preste ya genera serias dificultades.
Enfermeras, acompañantes de personas con discapacidad o de avanzada edad, médicos que salvan vidas, obreros de construcción, campesinos y agricultores, maestros de escuelas públicas, amas de casa, recicladores de basura, y millones de personas que ejercen centenares de oficios que prestan un enorme servicio, constituyen el conjunto de quienes realizan trabajos útiles, fundamentales para sostener la vida individual y social.
En la academia es costumbre realizar seminarios, foros, talleres y conferencias, para tratar algún tema en particular de una disciplina determinada. En las ciencias sociales es donde más eventos de este tipo se hacen. Sin desconocer la pertinencia de muchos de ellos, una buena porción de estas reuniones son totalmente inútiles y representan un gasto inoficioso de dinero, tiempo y energía. Al final resulta desperdiciándose un montón de trabajo de muchas personas. Trabajo inútil. Este desperdicio también se observa en infinidad de estudios en estas mismas ciencias sociales, los cuales no terminan ayudando en nada para la mejoría de las condiciones sociales. Miles de burócratas públicos y privados realizan trabajos inútiles que cuestan mucho y no prestan servicio alguno, y con frecuencia son muy bien pagados.
En una economía que depende cada vez más de que las personas incrementen todos los días su consumo, es muy frecuente que mucha gente trabaje produciendo y vendiendo bienes y servicios que son nocivos para la salud.
Pensemos en la gran cantidad de comida ‘chatarra’ que se produce, ofrece y vende, y que ya está más que comprobado el terrible daño que genera con los años. Qué decir de los políticos que enfocan todo su esfuerzo en ir avanzando en la pirámide del poder sin importar lo que tengan que hacer y los daños sociales que puedan causar. O de las actividades mineras que destruyen el mayor tesoro que tenemos: la misma tierra. O de la publicidad desbordada que crea la adicción a comprar. O de la medicina estética llevada al extremo, que crea nuevos patrones de belleza enajenantes. O del ejercicio de la abogacía con mañas y trampas. O del exceso de lo que hoy se llama la ‘industria del entretenimiento’. Estos y muchos más son ejemplos de trabajos perjudiciales.
El gran problema es que metemos a todos los trabajos en un mismo saco. Los vemos por igual como simplemente trabajos y no reconocemos su conveniencia o inconveniencia. Por ejemplo, una medida económica como el Producto Interno Bruto, cuyo crecimiento indica en teoría progreso, no hace ninguna diferencia ni consideración al respecto. Son muy pocos los economistas que indagan sobre la naturaleza del valor creado. Y lo peor: el respeto y el prestigio social están ligados casi que exclusivamente a detentar mucho poder o poseer gran cantidad de dinero, lo que en gran cantidad de casos deriva de trabajos perjudiciales, que le hacen daño a la sociedad.
Es hora de cuestionar y derrumbar un principio clásico del capitalismo, aquel que dice que la suma total de egoísmos individuales en la iniciativa económica produce el bienestar colectivo. En un mundo cada vez más interdependiente, maximizar un beneficio privado, tarde que temprano perjudica a otros, y así se construye el malestar de todos.
Estamos en la obligación de construir unos valores nuevos, que empiecen con nuestra propia práctica, teniendo siempre presente las implicaciones de nuestro trabajo u oficio para los demás, buscando siempre que se preste un servicio.
Este es el verdadero reto. Solo si son muchos más los trabajos útiles que los inútiles, y si desaparecen los trabajos perjudiciales, solo así podremos construir un mundo mejor.
Algunas tribus indígenas del Amazonas no tienen en su lenguaje la palabra trabajo, no existe. Ellos simplemente hacen lo que hay que hacer, lo que es necesario para la comunidad. Tal vez tengamos que aprenderles.
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