En un taller de duelo realizado hace unos días con niños y adolescentes, al preguntar qué entendían ellos por duelo ante la muerte de un ser querido, una de las niñas respondió que era: “Remiendar el corazón”. Y a fe que esas palabras dichas a su manera son profundamente ciertas. Cuando se está en duelo, es como si algo muy dentro de cada ser se hubiera desmadejado y esos hilos con los que se tejieron tantas historias se hubieran roto.
Hablar de la muerte no es asunto fácil, algunos adultos consideran que es desagradable y doloroso y tratar el tema con los niños es peor, más aún cuando hay familias que consideran que el dolor hay que ocultarlo y esconderlo para que los hijos no sufran, y es que no es una tarea agradable, explicar lo que no se entiende y menos cuando no se acepta.
Cuando una sociedad le huye al dolor, le cuesta dificultad afrontar los cambios y vicisitudes que están unidas a la muerte y por ello es frecuente que trate de ocultar o enmascarar el dolor considerando que es la mejor manera de afrontarlo.
No obstante, es importante aclarar que los niños viven el dolor de manera particular, tal vez los adultos los vean jugando, o viendo una película o entretenidos en juegos y aparatos tecnológicos y por ello se considere que todo anda bien, más esto no es del todo cierto, ellos se hacen muchas preguntas que no tienen respuestas, ya que su familia está viviendo su dolor y no siempre se da el espacio para preguntar. ¿cómo lo estarán viviendo los niños?.
Cualquiera que sea la situación, a los pequeños hay que hablarles de la muerte. Hay que enseñarles que los seres humanos tenemos principio y fin, y que en medio de estas dos palabras se encuentra la vida y que asumirla, es todo un aprendizaje. Lo anterior también significa que este tema puede ser un asunto que se comente con especial interés en momentos en los cuales se tenga el ánimo y la disposición para hacerlo de manera positiva y amorosa.
Por lo tanto, cuando sucede un hecho de muerte en la familia, hay que comenzar por aclarar que es un hecho irreversible y universal, que ya nunca jamás se va a poder encontrar con ese ser querido, es necesario si se puede, tratar de resolver sus inquietudes y acompañarles con ternura cuando sus miedos aparezcan. Por lo tanto, a pesar del propio dolor, hay que atender y escuchar con respeto sus expresiones de aflicción y brindar seguridad y confianza.
Por ello, hay que buscar espacios para compartir con ellos las emociones y sentimientos que como adulto se están sintiendo, eso significa que en algunas oportunidades no hay que ocultar el llanto, ni la tristeza, cuando el niño pregunta al adulto: -¿Por qué estás llorando?, hay que responder con sinceridad: ‘me duele y me hace falta’… tu papá, o el abuelo, el hijo, el hermano, el amigo, en fin quién sea la persona que haya muerto; el niño entonces, asume que se le está teniendo en cuenta y que el dolor de las personas que han quedado vivas, no es un hecho aislado, ni oculto, posiblemente esta actitud le permita dialogar a su vez sobre sus propias emociones y sentimientos.
La muerte es un acontecimiento que deja huellas importantes en la memoria emocional, y debido a su carácter de irreversibilidad, genera altos niveles de estrés, cambios físicos y de actitudes y respuestas emocionales que marcan notables diferencias en la vida cotidiana.
A algunos niños los rituales que se llevan a cabo cuando fallece una persona, les causan una gran ansiedad, ver tanta familia y escuchar frases que no siempre son las más consoladoras puede originar aislamiento y apatía, por lo tanto, hay que brindarle al infante un ambiente cálido y de seguridad emocional para que poco a poco pueda comenzar a elaborar esta experiencia. Hay que ser consistentes en los hábitos establecidos con anterioridad, horarios fijos para comidas, dormir, jugar, ir al colegio, y más importante aún, propiciar espacios para hablar de cómo va viviendo cada uno esta experiencia y si se puede, es importante preguntar: -¿Qué están aprendiendo?.
Elisabeth Kubler Ross, médica psiquiatra, dice en uno de sus libros: “El duelo en los adultos es cuestión de años, y el duelo en los niños es un proceso que puede durar toda la vida”. Todo depende de la manera como se aborde y se apoye al niño para vivir y asumir el dolor y la sensación de despojo y abandono que siente tras la muerte.
Elaborar y asumir un duelo desde el amor, el apoyo y la comprensión, es una manera de cuidar la salud mental de los niños y de hacer de esta experiencia, un hábito de crecimiento y enriquecimiento emocional y espiritual.
*Psicóloga
Profesora Titular Universidad de Manizales
fannybernalorozco@hotmail.com
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