A principios de los años noventa Venezuela era un país boyante, rico, con unas excelentes vías de comunicación. Autopistas amplias y llenas de puentes; su capital, Caracas, era el esplendor de Latinoamérica, con un metro impecable, que prestaba un excelente servicio. A los venezolanos se les veía llenos de plata, despilfarradores, orgullosos y miraban al resto de latinoamericanos y especialmente a los colombianos, por encima del hombro. Eran orgullosos y se sentían seguros de sí mismos, hasta que llegó Hugo Chávez.
Hugo Chávez llegó al poder en un momento político coyuntural de ese país. Los partidos políticos y sus representantes no tenían credibilidad. Sus dirigentes eran vistos como corruptos y malos gobernantes. Chávez encontró a un pueblo aburrido, decepcionado y sin norte. Los militares, que en Venezuela siempre han tenido mucha preponderancia, no veían a los gobernantes de turno como sus jefes. Chávez, que venía del pueblo, era militar -ya había inclusive incursionado en un intento fallido de golpe de Estado- con un discurso populachero, dotado de una excelente oratoria y con un gran carisma, supo interpretar el malestar del pueblo, logró llegar y quedarse en el poder.
Chávez cogió los recursos que a ese país le daba el petróleo y los manejó a su antojo. Le entregó plata al pueblo, a los militares y a sus amigos. El pueblo lo endiosó en vida y hoy, a un año de su muerte, lo ven como al santo al que hay que invocar en los momentos de angustia y necesidades. También, con su petróleo compró la amistad de otros gobernantes de Latinoamérica. Salvó de la debacle a Cuba y consiguió aliados como Argentina, Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
Lamentablemente, aún con todos los recursos que disponía el país, éste se le descuadernó. Antes de su muerte ya se tenían grandes dificultades en Venezuela. La inseguridad era rampante y había escasez de todos los productos de consumo, especialmente los que hacen parte de la denominada canasta familiar. Hoy la situación es peor. Su heredero, Nicolás Maduro, inepto e incompetente, no ha sido capaz de controlar la difícil situación que está viviendo ese país. Venezuela es un caos, lleva un mes paralizado y no se le ve ninguna salida viable.
Los venezolanos de la oposición han pedido, entre otras, ayuda internacional, pero nadie les ha parado bolas. A los gobernantes latinoamericanos les ha dado miedo enfrentar a Maduro. Al resto del mundo poco le interesa lo que pase en Venezuela. Mientras Estados Unidos amenaza con sanciones a Rusia por el manejo que le ha dado a Ucrania y a Crimea, sobre Venezuela no pasan de expedir un lacónico comunicado.
La muy desprestigiada OEA -que entre otras Chávez contribuyó enormemente a desprestigiar- poco o nada ha hecho. Su secretario general le tiene miedo a los desplantes de Maduro y la mayoría de los países que hacen parte de ella están hipotecados a Venezuela.
En medio de este caos, y cambiando un poco de tema, es increíble que mientras sobre el comportamiento de Maduro la OEA no haya hecho nada, una dependencia de este organismo, como lo es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CDIH, haya pedido unas medidas cautelares con respecto al caso del alcalde de Bogotá Gustavo Petro, quien hizo todo lo posible y lo imposible, inclusive con un claro abuso de la justicia, para permanecer en su cargo. Afortunadamente ya se le acabaron todas las posibilidades.
Mal le ha ido a Colombia en los últimos tiempos con los organismos internacionales. Un fallo de la Corte Internacional de justicia de La Haya le quitó una gran parte del territorio nacional. Fallo que al gobierno colombiano no le interesa cumplir y ahora también le tocó negar la solicitud que le hizo la CIDH de suspender la decisión tomada por el Procurador de destituir al Alcalde de Bogotá. Organismo que está constituido para vigilar la preservación de los derechos humanos, pero en el caso de Petro mostró que lo que tenían era un interés político.
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Los caldenses y manizaleños debemos apoyar la gestión que está haciendo Bruno Seidel en la Licorera. Funcionario probo y capaz que está poniendo todo su empeño y capacidad para sacarla adelante. No podemos correr el riesgo que la empresa se tenga que cerrar. Es mucho lo que esta entidad representa para el departamento a nivel nacional e internacional, tanto en recursos como en imagen.
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