Soy un producto de la educación colombiana. En mi cabeza tengo memorizada las palabras "mita, resguardo y encomienda", no porque me hayan interesado las instituciones o sistemas implementados en América durante la época de la colonia, sino por lo intimidante que podían ser las clases de historia con el profesor Rubiel Salgado.
Soy producto de un proceso de ensayo y error. Tuve profesoras que creían que la enseñanza era a los gritos. Los que creían en el estímulo - respuesta (buenos alumnos de Pavlov). Otros que la tolerancia extrema era dejarnos echar toda una mañana debajo de un árbol y dedicarnos a la vida contemplativa. Aproveché ese tiempo para leer a Mark Twain, a Laura Ingalls Wilder, a Roald Dahl... Se me dificultan las matemáticas y me vuelvo un ocho con una simple regla de tres. Los algoritmos me confunden y del álgebra aprendí que Baldor no era el hombre del turbante que salía en la portada del libro sino que era el apellido de Aurelio Ángel, un matemático cubano autor del didáctico texto de ejercicios algebraicos.
Con el tiempo, y en varios talleres a los que asistí para capacitarme como profesor, aprendí que existen inteligencias múltiples. Que no todos aprendemos igual. Bien diferente a lo que plantea el sistema educativo colombiano.
Por eso no me sorprende, como tampoco se mostró sorprendida la ministra de Educación María Fernanda Campo, que en los recientes resultados de las pruebas PISA (Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes), Colombia haya ocupado el último lugar de 44 países. "Los jóvenes latinoamericanos ‘solo pueden resolver problemas muy simples en situaciones conocidas, utilizando el ensayo y error para elegir la mejor alternativa de un grupo de opciones predeterminadas’", dice un informe de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, en una nota publicada en El Tiempo (2 de abril de 2014).
Busqué la prueba PISA en Internet y tras leer las preguntas, pude entender el por qué nos va tan mal en ellas. Muchas de las preguntas están fuera de nuestro contexto. No aplican a nuestras inteligencias múltiples. Hay una sobre tiquetes de tren y si es más viable comprar uno para todo el día o por determinado número de viajes. En Colombia no hay trenes, o al menos ferrocarriles para viajar de una ciudad a otra. Salvo en Medellín, no hay sistemas de metro. Y Transmilenio es un caos. Tal vez, si la pregunta hiciera referencia al mototaxismo, al colectivo, yips, busetas, el contexto facilitaría al estudiante local.
Hay otra pregunta sobre el tiempo de descomposición de la basura. Aquí pudieron preguntar sobre el tiempo y desgaste que nos tomó a los colombianos entender el tire y afloje entre el procurador y el alcalde de Bogotá Gustavo Petro, destituido e inhabilitado por el caos de las basuras.
Hay otra sobre un texto de Antoine de Saint-Exupéry y vuelos entre Chile y Argentina. Acá, si lo hacen con Avianca, la respuesta sería que nunca cumplen, no aterrizan, cancelaron el vuelo o lo desviaron para otro destino.
El informe dice que los estudiantes de Corea del Sur y los de Singapur (que ocupan los primeros lugares en las pruebas PISA) son capaces de afrontar obstáculos al momento de optimizar un reproductor MP3. Aquí abrimos bandas a celulares, formateamos equipos y los vendemos en el mercado negro, pero ningún bandido hace una prueba de estas.
Pero, aparte de intentar contextualizar las preguntas, lo que en esta evaluación se pregunta no es nada del otro mundo. No implica alta comprensión de lectura, ecuaciones algebraicas o conocer la diferencia entre mita, resguardo y encomienda. No es de memorizar datos. Son cuestiones cotidianas de simple observación y análisis.
Lo que PISA evidencia es que somos perezosos para pensar. "Los colombianos tienen dificultades para identificar y afrontar los problemas. Sobresimplificamos todo", dice la doctora en Educación Isabela Londoño. Por eso muchos de nuestros problemas se quedan ahí, en que nada pasa, porque no los dimensionamos. Seguimos quejándonos de la pobre educación nacional, a pesar de que hace años una comisión de sabios nos señaló el rumbo para que las cosas cambiaran. Nada pasó. Tenemos el ejemplo de Singapur, que después de que China, Corea y Japón le dieron la espalda, decidieron invertir sus pocos recursos en educación. Hoy son potencia mundial.
Nuestro gobierno insiste en que para desarrollarnos tenemos que abrirnos a los mercados, que inviertan en nosotros, a quitarle los impuestos a los empresarios, a hacer ruedas de negocios... pero no invierten en educación. El gobierno Santos está entregando tabletas a estudiantes de bajos recursos, y la Federación Nacional de Cafeteros a sus cultivadores. Una iniciativa muy bonita, pero si la conectividad en las ciudades es mala, ¿cómo podrá ser en las zonas rurales? Como protestó un caficultor: "¿Pa’ qué una table sin interné?".
Los colombianos no somos brutos, ni debemos acomplejarnos por estas evaluaciones. Tenemos personajes muy inteligentes... sobre todo a la hora de robar. Los primos Nule, los de Interbolsa, los de Saludcoop, los de las pensiones, los del sistema de salud, los de la DIANn, algunos de los que han pasado por la Industria Licorera de Caldas, muchos senadores… Mentes brillantes pero mal educadas. Productos de nuestro sistema de educación.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015