Primero - Peajes viales. Este paraíso perdido y violento, llamado Colombia, tiene todas las características de los viejos feudos o de los antiguos virreinatos, a pesar de lo que quieren hacer ver y aunque lo nieguen, políticos, eruditos, gobernantes y toda esa telaraña de parásitos que viven del presupuesto, en el que no faltan muchos contratistas y muchos más farsantes.
En días pasados, se realizó una marcha pacífica en la carretera que une los municipios de Honda, Tolima, con La Dorada, Caldas, cerca a Guarinocito. La gente caminaba pacíficamente bajo un sol canicular, para protestar por el nuevo peaje que será construido entre Honda y La Dorada.
Es absurdo que cuando usted compra un carro o una moto, tenga que pagar impuestos de rodamiento, que son los que se utilizarían para la manutención de la malla vial y que después le vengan con el cuento de que las carreteras son dadas en concesión y se pagan con plata de peajes, que sirven a compañías que les hacen el mantenimiento y logran enriquecerse y ganar miles de millones de pesos.
Eso no estaría mal si no fuera porque no está bien. En menos de 25 kilómetros, existen 3 peajes: uno en la vía Honda - Mariquita, otro en la que conduce de Honda a Guaduas y ahora el que van a construir entre Honda y La Dorada.
Solo a unos burócratas ensimismados e idos, que vivan en las nebulosas se les puede ocurrir semejante imbecilidad.
Si el país político, tan corrupto como es, ahorrara mucho de lo que sus glotones trogloditas se comen del presupuesto nacional, tendríamos la decencia nacional de no tener peajes. No hay un solo peaje en las mallas viales de Canadá y sus carreteras son bien mejores que las nuestras, se construyen y mantienen con los impuestos de los ciudadanos que no se han robado políticos o corruptos.
Pero los peajes no los pagan los adinerados. Esos no viajan por estas carreteras, los pagan los ciudadanos comunes y del corriente, como usted que tiene que trabajar a diario para ganarse el sustento. Tampoco los pagan los contratistas, ellos se lucran de quienes los pagan. Tampoco los paga el gobierno, que en un elogio a la locura, reedita a diario que entregarle a los privados el manejo de lo público es mucho más transparente, cuando los privados son tan corruptos como los públicos, si no más. Para demostrarlo está ese sindicato de empresas estrato 6 que se enriquecen con la basura y que en mala hora son representados por Miguel Gómez Martínez, un bueno para nada, que no ha hecho cosa distinta a la de vivir de los dividendos que da su apellido.
Segundo - Peajes políticos. Esta nación, como si no estuviese harta de tanto mal manejo, de tanto despilfarro, de tanto granuja haciendo el papelón de político, de tanto lagarto comiéndose el presupuesto nacional pagado con los impuestos de los colombianos, tiene que aguantarse ahora la fanfarria grotesca levantada alrededor de elecciones de candidatos a todas las corporaciones públicas. Un verdadero circo lleno de payasos y mimos, de micos y conejos, de animales salvajes y de presentadores sin pudor.
Alianzas entre opuestos, relación entre enemigos que se vuelven amigos para acabar a otro al que ven como enemigo común. Toda una farsa, toda una comedia mal presentada, con la que acaban con los restos de Patria que nos queda, en la que los escogidos, generalmente los peores, entre los peores, se convierten en los amos y señores de comarcas, en las que nada se hace si no es su voluntad.
Los políticos, en su mayoría, con contadísimas excepciones, son eximios representantes del arte del prepago, una verdadera prostitución de la peor calaña, llevada a los más altos niveles de mando con la mayor indignidad. Para eso están como muestra los mamarrachos que tenemos gobernándonos, los que quieren ser reelegidos y los que aspiran a meterse en esa fiesta para poder participar en la piñata en la que han convertido los fondos del Estado, para beneficiarse a sí mismos, a sus familiares, a sus amigotes y a sus cómplices. Una verdadera e inevitable calamidad para Colombia.
Es a esa fauna de amorales y vividores, de sinvergüenzas y sin escrúpulos a los que debemos casi todos nuestros males. La paz de Colombia no se encontrará con las conversaciones en La Habana, ni con diálogos con terroristas, solo se podrá edificar un país decente, cuando acabemos con esta desigualdad, cuando 25 millones de compatriotas por debajo de la pobreza absoluta sean sacados de ese abismo sin fondo y sin futuro. Cuando la redistribución de la riqueza sea justa, cuando todos tengan, sin excepción, derecho al trabajo, a la salud por parte del Estado y no de EPS negocios, bancos, que se enriquecen con la plata de los cotizantes. Porque la guerra fratricida que vivimos no es producto solo de los marginales, su cuna está en la desigualdad, en la indiferencia, en la pobreza absoluta, en el desplazamiento forzado, en las organizaciones de muerte al por mayor y al detal, que hicieron del asesinato el mejor de los negocios.
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