Al iniciar esta semana el país y el mundo fueron notificados por el presidente Santos de que el Estado colombiano y las Farc nuevamente comenzarán un proceso de diálogo y negociación con el objetivo de dar por terminada la confrontación armada entre las partes. El próximo 5 de octubre se hará oficial la apertura de las negociaciones en Oslo e inmediatamente la mesa se trasladará a Cuba.
Esta muy buena noticia para el país se da catorce años después de que el presidente Pastrana pusiera a andar su iniciativa de paz con esta guerrilla, que a su vez se dio dieciocho años después de que Belisario Betancur hiciera lo propio. Pareciera que hay un patrón de tiempo que regulara este fenómeno, que periódicamente se llegara a la misma conclusión: lo mejor es terminar esta guerra en una mesa de negociación. El lema podría ser "de fracaso en fracaso hasta la victoria final". Ojalá así sea, y que esta vez llegue la victoria.
La mayoría de ciudadanos le han dado la bienvenida a esta iniciativa de paz, y los sectores estratégicos de la nación han hecho igual. Lo cual es bueno. Claro que habrá voces críticas que será necesario escuchar, pero no se podrá caer en el fatalismo de pensar que es imposible lograr un acuerdo que le ponga fin a esta confrontación, la cual es una enfermedad crónica que carga desde hace cincuenta años la nación. Llevamos tanto en esta pesadilla que parece una quimera vivir otra realidad. ¿Qué las Farc no existan? Es posible.
Ahora bien, desde el comienzo es muy importante saber que adelantar un proceso de paz es supremamente difícil. Habrá muchos retos, todos enormes, críticos feroces, momentos de crisis, hechos de violencia que afecten el ánimo, y cambios de parecer en la opinión pública y en actores claves del mismo proceso o en su entorno.
Los procesos de paz de los presidentes Betancur y Pastrana tal vez empezaron con cierta ingenuidad del Gobierno y de la sociedad; ingenuidad que por la fuerza de los hechos se fue convirtiendo en incredulidad. El último fracaso, el del Caguán, determinó la vida nacional del 2002 al 2010. Pero ahora, todo parece indicar que ha habido un aprendizaje sustancial del Gobierno en esta materia y que los pasos que se están dando son los apropiados. Creo que hay razones para estar tranquilos y confiados en que el Gobierno procederá responsablemente.
Dialogar en el exterior y con la mayor discreción posible son elementos que en esta ocasión ayudarán sustancialmente a la fluidez de la negociación. Que Cuba, Noruega, Venezuela y Chile acompañen y presten sus buenos oficios también es muy positivo.
La agenda planteada para esta nueva negociación es supremamente sensata. Menos no la habría aceptado las Farc, y más tal vez no habría sido de buen recibo nacional. Sin embargo, es preciso anotar que todos los puntos que la componen hacían parte de la agenda del Caguán. Temas agrarios y rurales; de inclusión social y equidad; participación política para quienes representen a las Farc en el futuro; cesación de fuego y dejación de armas; tratamiento judicial para los guerrilleros y su regreso a la vida civil; resarcimiento a las víctimas; combate al paramilitarismo y narcotráfico son los asuntos a tratar. Y si queremos que de verdad se llegue a un acuerdo final, en todos estos temas tendrá que haber transformaciones sustanciales, las cuales surtirán efectos duraderos que marcarán la vida de Colombia en las próximas décadas. Un acuerdo de paz cambia de manera radical la vida de un país, es preciso que seamos conscientes de esto desde un principio. Como también de que habrá costos, muchas veces elevados. Si el proceso es exitoso, nada será igual en el futuro.
Esperemos que las Farc tengan la capacidad y el valor de reconocer en esta oportunidad que su lucha ha causado y sigue causando un enorme daño a millones de personas, que han ejercido una violencia implacable, y que ya es hora de terminar con la guerra. También el Estado colombiano tendrá que hacer su propio examen de conciencia, porque es igualmente responsable de enormes desbarajustes sociales e incluso de violencia. Este mutuo reconocimiento podrá abrir la puerta a una comunicación profunda entre las partes de cara a construir algo mejor entre todos. Ojalá esta vez sí.
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