El bobo sapiens se tiene confianza para mentir. Mentimos en el Padrenuestro cuando aseguramos que "perdonamos a los que nos ofenden". Ojalá. Pero ni perdonamos ni olvidamos, como cualquier borbón. En el "Yo, pecador" y en el Credo, hay agazapada una que otra hipérbole teológica.
Llevamos un Pinocho en el corazón. ¿A quién no le ha pasado lo del pastorcillo mentiroso que cuando dice la verdad nadie le cree?
De tanto torcerle el pescuezo al cisne de la verdad, el detector de mentiras se ha convertido en insólito cachivache incorporado a nuestra cotidianidad.
En Colombia, el detector irrumpió en la intimidad doméstica a través de un programa chatarra de televisión que invitaba a la gente a confesar sus miserias por unos dólares más.
Con las llamadas mentiras piadosas que llevamos en el disco duro, convertimos la mentira en una de las bellas artes. Mentimos por deporte, inercia, necesidad, coquetería, negocio.
Wilde decía que una mujer que no miente no tiene futuro. Las mujeres mienten deliciosamente cuando se maquillan. O cuando acomodan el superávit de kilos entre fajas que promocionan rebajadas en televisión.
Nada más peligroso que mentiras a medias. Se convierten en mentiras enteras.
En elecciones, el procerato político miente cuando dice: Lean mis labios, no habrá más impuestos. La palabra de gallero pasó a mejor vida.
Le enseñamos a mentir a la prole cuando decimos en su presencia que no estamos si nos llaman por teléfono. Los menudos, perplejos, se preguntan cómo hacen los adultos para no estar, estando.
Hay gente mentirosa a la que no se le puede creer ni lo contrario, le oí decir al prolífico Barquero William Calderón. Y hay profesionales del cañazo tan diestros que si no te gusta una mentira te la cambian por otra. Olvidan que el mentiroso tiene que tener muy buena memoria -lo dice Montaigne- y que primero se coge al mentiroso que al cojo. Lo dice cualquier suscriptor del directorio telefónico.
Despiertos, los maridos niegan la infidelidad. Dormidos, pronuncian el nombre de la competencia. Sus esposas interpretan esos sueños, y el maridito sale por la puerta de atrás de la epístola que se hayan hecho leer para acabar (¿) con el matrimonio. Dicho está que el hombre mata lo que más quiere.
El baloto, o su pariente pobre la lotería, están produciendo ricos y mentirosos en serie. Somos aquellos que prometemos repartir el premio con el pariente o amigo arruinado, la maestra que nos enseñó las vocales, la dama que nos arrebató la virginidad, el ancianato que acogerá nuestros huesitos.
Los cirujanos plásticos mienten con el bisturí. Los meteorólogos, son mentirosos con satélite. Hay que creerles con paraguas debajo del sobaco.
Hay excepciones: María Félix no mentía ni siquiera en defensa propia. "Mentirosos que siempre dicen la verdad", llamaba Jean Cocteau a los poetas.
San Pedro mintió tres veces. Eso le sirvió para convertirse en el primer papa. Por una exquisita ironía, los papás que vendrían después son infalibles.
La silicona es otra forma de la mentira. Cuando hacen crecer vanguardias y retaguardias de las bellas engañadas por la naturaleza, mienten por partida cuádruple. Hay hojas de vida tan mentirosas que parecen redactadas con silicona.
Mark Twain sugería no dejar morir el arte de mentir. Espero haber contribuido en algo al deseo del viejo maestro. El que nunca haya mentido que arroje la primera verdad.
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