Ella ya tiene treinta años; tres hombres han pasado por su vida y con ninguno ha alcanzado a disfrutar amor: solo amoríos pasajeros, promesas, engaños, trato violento, gritos, traiciones y nunca un sí ante peticiones para remediar dificultades, hambre, penuria, estudio de los chiquillos.
Ella tiene cuatro hijos: la de quince ya se fue de la casa con un adolescente que ni trabajo tiene y por eso le toca aguantar los desprecios de la llamada suegra; la que sigue tiene trece y ya se ha escapado de la casa, ha consumido alucinógenos y se ha acostado con algunos; los que siguen son niños y en la escuela donde estudian son conocidos por su carácter difícil, hostil y la pereza para el estudio.
Ella se ríe cuando le dice abuela la hija de su hija; dice que se siente rara, que no es capaz de darle cariño porque la siente extraña; a veces no sabe qué hacer, cómo conseguir empleo porque no está preparada para casi nada ya que solo estudió unos años; su vida es una mezcla de hambre, rabia con los hombres que pasaron, prometieron y se fueron, violencia con sus hijos a quienes no tiene qué darles de comer o vestir.
Ella es una de las muchas que desde la adolescencia se han embarcado en el papel de ser madres y amantes y que un día se ven sin nada y sin nadie, con el complejo de no saber cómo educar a un hijo, mantener orden en una casa, responder a la misión inmensa y bella de ser madre y cabeza de hogar.
Ella no consigue trabajo porque no puede dejar solo al más pequeño y además tampoco sabe nada más que hacer de comer lo elemental; su edad ya no es apetecible para muchos trabajos y su bajo nivel académico no le abre puertas en ninguna labor con suficiente salario.
Pero ella, quien lo creyera, sufre; las lágrimas caen de sus cansados ojos y los labios ya casi nunca ríen, el cansancio de vivir toca a su corazón a pesar de su edad vital; la rabia carcome sus entrañas al ver a sus amantes ir y venir con otras, negando toda responsabilidad con las criaturas engendradas un día bajo la lumbre de promesas que no se cumplirán nunca.
Ella parece hundida en un hueco sin salida, en una oscuridad que la oprime; en ocasiones aparece alguien en disposición de ayuda pero siempre con la misma exigencia: tiene que dar algo como contribución que de nuevo la envuelve en el mismo círculo sin futuro alegre.
Ella un día lo reconoció, ojalá que como comienzo de un nuevo camino: "ésto me quedó grande"; no me preparé, no aprendí, no esperé y ahora me encuentro como en arena movediza que me ahoga cada día.
Ojalá estemos prestos a la ayuda de muchas que como "ella" buscan una luz; la Fe en Dios que ama y la educación que nos permite descubrir los peldaños para escalar la vida; leyes que hagan posible vivienda, salud y alimentación para unos hijos que no deben seguir tejiendo la repetición de una equivocada existencia. Ella merece mucho amor, apoyo y un futuro abierto.
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