Carlos Hernández u carloshernandezoso@gmail.com u @chernandezoso
La llegada del representante caldense Hernán Penagos a la presidencia de la Cámara de Representantes, hace ya casi un mes, tiene de plácemes a buena parte de la dirigencia del departamento y a un sector de los ciudadanos de a pie (supongo que el de sus electores y otros tantos más). La razón, más allá del que consideran reconocimiento a un hombre trabajador, es que ocupar ese cargo lo reviste de una capacidad de gestión envidiable ante el Gobierno nacional.
No es raro, entonces, que piensen que Caldas podría gozar de un cuarto de hora ante la Nación.
Este caso es tan solo una excusa para recordar, de manera general, que la esperanza de que los congresistas tramiten intereses locales ante la Nación es una actitud que se ha arraigado a tal punto entre nosotros, que parece natural. Sin embargo, aunque válida de alguna forma, deja ver algunos lunares de nuestra cultura política y del sistema institucional.
Lo válido es lo que está a simple vista: ¿Cómo no pedirle y exigirle a alguien de la región que se preocupe por su terruño cuando ocupa un cargo como estos, más sabiendo que la mayoría de sus votos la obtuvo aquí? Un congresista, en ese sentido, es un vocero natural de su departamento.
Además, dado un gobierno nacional como este, al que le es difícil entender en su contexto lo que ocurre fuera de Bogotá, parece que los congresistas son los más apropiados para hacerle ver las necesidades de las regiones y, claro está, pedirle recursos. De hecho, quienes son candidatos a esos cargos fundamentan buena parte de su campaña política en el papel que pueden cumplir como tramitadores.
El problema es que se torna muy difusa la línea entre lo que pueden ser trámites, digamos, válidos, legitimados por un interés de desarrollo regional, y aquellas gestiones que desnaturalizan la labor propia de los congresistas. Es ahí donde comienzan a aparecer lunares.
Este diario, por ejemplo, anualmente les pregunta a los legisladores caldenses por aquello que han hecho en el Congreso. Y hay quienes han respondido que además de ser ponentes de algún proyecto de ley (cosa que no tiene mayor mérito), han jalonado recursos para la pavimentación de algunas calles, o la construcción de algún puente, o de un coliseo, y así, obritas, que, dicho sea de paso, es lo que muchos electores y alcaldes les piden.
(Claro, casi todos siguen pidiendo por Aerocafé, aunque saben que quizá es el trámite más incierto y que no pueden fundamentar su gestión en un acto de fe).
Esta forma de entender el trabajo de los congresistas, en mi concepto, evidencia dos rasgos preocupantes y conocidos de nuestra cultura política. Primero: algunos legisladores desconocen, intencionalmente o no, que su trabajo debe ser mucho más abarcador, pero no lo hacen así por la necesidad de mantener votos fijos.
Segundo, los electores pedigüeños, o en algunos casos grupos organizados como los gremios, por ejemplo, demuestran una limitada forma de entender el papel de los congresistas, pues los reducen a meros hacedores de favores, a fichas clave que, agradecidos con su región, gestionan para ella como una especie de retribución. Así, entonces, si estos consiguieron los recursos para pavimentar calles o alguna otra obra, grande o pequeña, a los beneficiados no les importa cómo esos congresistas votaron, por ejemplo, la Reforma a la Justicia, los tratados de libre comercio, la Reforma a la Salud, la reelección del procurador, el Marco para la paz, etc., aspectos ante los que muchos ciudadanos del común muestran desinterés porque no los asocian directamente con su territorio, a pesar de que los terminarán afectando directamente, para bien o para mal.
Por último, depender de la gestión de los congresistas para que los problemas y necesidades del departamento sean atendidos revela una falla del sistema institucional, en la medida en que las regiones que carezcan de tramitadores, en caso de tener muchas necesidades o proyectos estratégicos, no se verán igualmente beneficiadas con recursos que aquellas regiones que sí cuentan con políticos que jalonen y hagan lobby.
¿Qué pasaría en caso de que Caldas redujera considerablemente el número de legisladores, o incluso, para poner un ejemplo extremo, se quedara sin ninguno? ¿Debería esperar que algunas calles no las pavimenten, o algunos puentes no los arreglen, o, asumiendo que Aerocafé puede ser una buena opción, se postergue mucho más su construcción porque no hay alguien de peso que haga cabildeo ante la Nación? ¿Es tal la incapacidad que tiene el Gobierno central para detectar por sí mismo las carencias y necesidades de las regiones? Un sistema así tiende a fomentar el clientelismo y la desigualdad del desarrollo dentro del mismo país.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015