La historia de la muerte asociada al licor es una pesadilla de nunca acabar. Personas que salen sobrias, en pleno uso de sus facultades mentales, deciden con estupidez sin par, parar a tomarse unos tragos, uno o dos y nada más. Pero con el trago hay un estribillo que es sentencia: "El primero con agua, el segundo sin agua y el tercero como agua". La melopea no termina y el conductor que estaba sobrio, conscientemente, sin presiones, decidió, por su cuenta y riesgo, tomar alcohol y asumió los riesgos de emborracharse.
Si uno es responsable de las consecuencias de los riesgos que toma, ¿por qué carajos, los ebrios quieren eludir el peso de la ley, cuando matan conduciendo bajo el efecto de las bebidas alcohólicas?
Vivimos en un país de destilerías y de alcohol. Un país con licoreras que le pertenecen al Estado, ese Estado que ha monopolizado la producción, distribución y venta de las bebidas alcohólicas, para enfermando a la gente, obtener recursos para la salud.
Casi toda celebración va acompañada del licor que desinhibe y con el cual tanto timorato, tanto irresponsable, tanto personaje sin control, comienza a tener cambios en su comportamiento, desinhibiéndose, no convirtiéndose en otro como quieren a hacer creer, sino dejando salir al verdadero ser primitivo y sin control que lleva dentro. De la euforia inicial se pasa a la descoordinación y de ella a la perdida del control. Un comportamiento típicamente límbico, sin control del neocórtex, ese que pone límites y controla salidas de verdaderos verdugos, cuando no de tontos sin remedio, escondidos en el inconsciente.
Que beber no mata las penas, solamente las diluye, dice la canción, pero también mata personas. Las personas que mueren como consecuencia de la acción de un conductor ebrio, no están ante el inocente torpe que cometió un error, están ante un asesino en potencia, al que le importa un rábano la vida de los demás, la situación de las familias de sus posibles víctimas y el daño que produce en una progenie entera, en una sociedad que no entiende, cómo se puede seguir siendo complaciente, casi benévolo, con lo que es una verdadera máquina de tragedias: conducir en estado de embriaguez.
Que no nos vengan con el cuento de que borracho no vale. Cuando se trata de vidas perdidas por la acción irresponsable de un ciudadano que salió consciente y terminó borracho, matando a alguien, estamos, no ante una persona con pérdida transitoria del control, sino frente a alguien que irresponsablemente convirtió su automóvil en un arma para matar inocentes.
Claro, los borrachos hacen cara de yo no fui, sus familiares los esconden, la justicia termina imponiéndoles castigos que son casi premios con los que se burla el dolor de los dolientes de las víctimas, se rebaja a la categoría de objeto sin valor, el de la vida de los que por la desvergüenza e irresponsabilidad de un ebrio, murieron sobrios, atropellados, destruidos, heridos, dejando regueros de sangre rutilante, ríos que no logran conmover a esta sociedad indolente en la que nos convertimos.
¿Hasta cuándo seguiremos siendo permisivos, inamovibles con el dolor ajeno? Quién tendrá las agallas para llevar, presentar, promover y hacer todo el trámite de ley en el Congreso, en materia de muertes producidas por conductores ebrios, borrachos que demuestran el más olímpico desprecio por la vida ajena, aunque después, haciendo cara de "cagalástimas", se muestren compungidos y pidan perdones públicos, con esa falta de expresión en sus rostros, convencidos como están de poder arreglar el problema con unos pesos con los que resarcirán, eso creen el dolor de los familiares de las víctimas.
Ha llegado el momento en el cual, todos a una, tenemos que expresar nuestra indignación con tanto conductor ebrio, con tanto homicida potencial al volante, con tanto homicida real manejando, con tantos asesinos irresponsables, que en menos de lo que arranca un carro, acaban con la vida de transeúntes o pasajeros de otros vehículos, que tuvieron la desgracia de encontrarse con la guadaña enloquecida de la muerte, en manos de un conductor que bajo el efecto del alcohol, es un verdugo en potencia.
No podemos seguir haciendo una alegoría tragicómica a los borrachitos de todos los días, a los irresponsables que conducen ebrios, a los imbéciles que creen que conducir un carro en estado de embriaguez es falta menor, que las consecuencias de ese acto, son cosa de poca monta, fácilmente arreglable en este país, en el que los que matan, creen que con dinero pueden resarcir el daño causado a familias, a padres, a hijos, a hermanos, a esposos, a amigos.
Debía existir una ley que ponga un mínimo de muchos millones por cada muerto causado por un conductor ebrio, sin que eso lo exima de la responsabilidad penal que debería enfrentar por haber matado inocentes en indefensión total, solo porque el sobrio, que aparenta control, saca a flote el animal sin lástima que lleva adentro cuando conduce embriagado.
En definitiva, no podemos dejar que continúe esta orgía de muerte, por parte de conductores que alcoholizados, hacen a diario una apología a la parca, para demostrar que el poder de Baco, es un aliado inseparable de la guadaña de Tanatos.
A los congresistas les da miedo legislar sobre el tema, porque muchos de ellos han sido el peor ejemplo, los representantes de la irresponsabilidad de manejar embriagados. No podemos dejar que Colombia se convierta en un país de impunidad, en el que Merlanos y parecidos, puedan conducir borrachos, convencidos de que no les pasará nada grave, porque las leyes en Colombia son muy blandas con los asesinos al volante y los conductores que manejando ebrios, son potenciales homicidas.
Debemos tener una política de cero tolerancia con el licor al volante.
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