Con alguna frecuencia, cuando se hace referencia a la posibilidad de conquistar las metas alcanzables en el corto plazo, se acude a la metáfora de la "cosecha de los mangos bajitos", los que pueden cosecharse con menor esfuerzo y con la posibilidad de hacer visibles las realizaciones tempranas. A eso justamente aludía en su última columna en este diario el exministro Rudolph Homes (Paz y ambientalismo sostenibles, enero 20 de 2014). Con una juiciosa argumentación (obviamente permeada por su particular punto de vista), el exministro de Hacienda planteaba los retos que tiene el país y la necesidad de gestionar de manera armónica y sin "radicalismos", el avance del país en materia de desarrollo económico, uso de recursos naturales y construcción de paz.
En las frases finales de la exposición de su opinión, declaraba: "Sin desatender al sector industrial es necesario buscar frutas más fáciles de recoger, en sectores como la minería y la agricultura donde existen esas oportunidades de desarrollo a corto plazo. Pero ahí se han empantanado los proyectos por excesos del ambientalismo radical, ausencia de políticas públicas y por la paz".
No se equivoca en sus sentencias respecto de la insuficiencia de políticas o lo errático de algunas existentes. Tampoco falta a la verdad respecto de las fronteras infranqueables que establecen las posiciones radicales. Pero quizá sea incompleto su análisis respecto de la necesidad que tiene el país de construir escenarios para una paz definitiva y sostenible y para un uso racional, adecuado y equitativo de los recursos naturales.
Los minerales y su extracción, como ocurre con otros recursos naturales, no son fines en sí mismos, sino medios para conseguir algo. En teoría, ese "algo" debería ser el bienestar de una nación en términos sociales, por la urgencia y dimensión de sus necesidades, que es la única razón por la que estaría dispuesta a asumir los impactos que cualquier actividad extractiva genera en su territorio. Sin embargo, cuando la explotación de los recursos no la hacen los pobladores del territorio, sino actores externos, el fin de estos últimos es distinto del bienestar de los lugareños, y sin duda, siendo legítimo, se mueve hacia los intereses de acumulación de riqueza por fuera del territorio del que la materia prima se extrae. Es inútil discutir si los minerales deben permanecer o no en sus yacimientos, lo que hay que discutir es quién lo extrae, cómo lo hace y si la proporción de utilidades que deja en el territorio es correspondiente con el valor del bien y si es suficiente para atender las demandas de bienestar de una nación.
En Colombia, como en la mayoría de países de América Latina, la proporción de ganancia percibida por la extracción de minerales es menor a 30% de la ganancia total de quien los extrae, con variaciones que dependen del mercado del mineral mismo. El mineral es nuestro, el impacto por su extracción lo sufrimos nosotros, tenemos que cooperar en la inversión para viabilizar su extracción, y la menor parte de la ganancia es para nosotros.
Este hecho es grave en sí mismo, pero es menos grave que la ineficiencia en la utilización de los recursos de la pequeña parte de ganancia que nos corresponde. El gobierno nacional, que no es contundente confrontando a las empresas mineras, critica duramente (y con razón) a los entes territoriales que no han sabido presentar suficientes proyectos de calidad para gestionar recursos de la bolsa de regalías. No es porque no haya necesidad de bienestar, es porque no hay capacidad para gestionar, y se está reproduciendo la inequidad, en la medida que quienes mejor preparados están para la gestión, están consiguiendo el mayor volumen de recursos. Pero no puede ser distinto en un país en el que más de 90% de los municipios son categoría 6, tienen escaso presupuesto y grupos de trabajo pequeños y de baja remuneración. La mejor voluntad y esfuerzo de alcaldes, gobernadores y secretarios es insuficiente como herramienta para conseguir una mejor distribución de la riqueza que se sigue acumulando en pocas manos.
Entonces, doctor Homes, es cierto que hay frutas más fáciles de recoger, pero parecen muy altos los cercos que rodean al árbol.
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