Por estos días se acaban de aplicar en Colombia, y por supuesto en Manizales, las pruebas internacionales, Pisa lideradas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) con el propósito de medir los desempeños de los estudiantes entre siete y quince años de edad en áreas como matemáticas, lenguaje y ciencias; resultados que permiten además medir la calidad del sistema educativo nacional y su clasificación frente a los demás países que participan en este ejercicio académico; recordemos que los países de Latinoamérica, y especialmente Colombia, no han figurado en buenas posiciones cuando han sido evaluados y, por el contrario, la calidad de nuestro sistema educativo ha quedado en entredicho en los ámbitos nacional e internacional, ya que en dichas áreas figuramos en los últimos puestos, al superar solo a naciones como Azerbaiyán, Albania, Indonesia y naciones vecinas como Perú y Panamá (entre países evaluados, porque solo se consideran los miembros de la organización o aquellos que soliciten y sean aceptados).
Pues bien, en esta oportunidad centro mi reflexión en dos cuestionamientos básicos: ¿es pertinente evaluar la calidad de un sistema educativo por los resultados de unas pruebas con parámetros de orden internacional? Pero, además me cuestiono ¿dan cuenta estos resultados de cómo se vive en la escuela? Particularmente, pienso que no se debe centrar la preocupación sobre la calidad educativa solo en los resultados de unas pruebas internacionales, considero sí, que el país le debe apostar a desarrollar unas buenas competencias matemáticas, cálculo abstracto, promoción del pensamiento lógico, aptitud numérica, y las habilidades lectoras y escriturales; adecuar programas que apunten al desarrollo de estas habilidades y competencias me parece un acierto, tal es el caso hoy, en Colombia, del programa de transformación de la calidad educativa. Considero equivocado que solo sea con el afán de mejorar la posición internacional y no precisamente el desarrollo cognitivo del niño en edad escolar, y lo digo porque este programa de transformación de la calidad solo se lleva a cabo en las instituciones educativas del país donde se han presentado los resultados más pobres; en este sentido, pienso que los resultados deben ser una consecuencia de los desarrollos afirmativos y, como sucede en países como Singapur, Shanghai y Finlandia, no son las pruebas Pisa, las Timm o las Serce, las que deben orientar los desarrollos curriculares, sino los diagnósticos de las necesidades del conocimiento de los estudiantes, y ellas, las pruebas, son un escenario que dará cuenta de la eficacia de estos aprendizajes.
Con relación al segundo interrogante planteado está el principal problema de esta metodología; estoy convencido de que la escuela es mucho más que las pruebas externas, en la escuela se vive más allá del pensamiento abstracto y de la comprensión lectora. En el mejor de los casos, estas evaluaciones nacionales o internacionales logran indagar por la escala de desarrollo de estas dimensiones cognitivas, lo que hace parte de la calidad de la educación, pero la escuela también es poesía, recreo, deporte, drama, crítica, convivencia, respeto, tolerancia; la escuela es sentimiento y un punto de encuentro en, con y para el otro. Hablo de las dimensiones artísticas, deportivas, culturales, axiológicas, estéticas y políticas; situaciones para nada despreciables en la formación de la vida humana que, si se quiere, son aún más determinantes en el éxito que las dimensiones evaluadas por políticas de Estado. Cuando observo la ubicación internacional de los países del mundo en materia educativa evaluados por Pisa, me pregunto ¿será que una escuela pública de esos países da cuenta de esos excelentes logros en calidad?, ¿será que un niño en esas escuelas es totalmente feliz?, ¿son esas escuelas escenarios fraternales de encuentro de las comunidades unidas mediante un propósito común?, ¿es el maestro un actor de reconocida dignidad en la vida social y política de la nación?
Para evidenciar un poco lo planteado, permítanme compartirles que acabo de regresar del Estado de Minas de Gerais, una provincia del Brasil, donde estuve como miembro de una misión que por Colombia se desplazó a conocer el sistema educativo de ese estado, y los proyectos y políticas que le han dado resultados exitosos. Solo hago esta referencia por afinidad temática, seguramente en próximas columnas compartiré con ustedes en detalle las conclusiones y hallazgos de dicha experiencia; la educación en este Estado ha logrado mejorar significativamente sus indicadores mediante la implantación de algunas políticas y proyectos de impacto sectorial, pero algo sí pude comprobar y me vine totalmente convencido: si bien es cierto que tenemos que ocuparnos de mejorar los desempeños académicos en pruebas nacionales e internacionales, nuestra escuela no es tan mala como se concluye de aquellos resultados; ciertamente, no figuramos entre los mejores clasificados por los organismos de cooperación económica, pero con total seguridad sí hacemos parte del podio de honor de muchos hogares que han encontrado en la escuela una efectiva atención de las necesidades multidimensionales de sus hijos, y les han orientado caminos de prosperidad.
Invito, entonces, a las autoridades educativas del orden nacional y local a universalizar los programas de transformación de la calidad de la educación, a diseñar instrumentos que permitan mediciones integrales de la calidad de la educación, sin excluir aspectos trascendentales para la vida del humano, e invito también, a los actores de la escuela (directivos, maestros, estudiantes, padres de familia y aliados estratégicos) a responder con suficiencia los requerimientos del saber, pero también a preservar los múltiples factores asociados a la calidad de la escuela que la hacen pensante, crítica, humana, artística, innovadora y, sobre todo, profundamente democrática.
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