Si le preguntamos a los viejos por la violencia nos dirán que siempre fue peor en otro lado. Que en el norte del Valle y del Tolima, que en la costa Caribe, que por allá por los Llanos y las selvas del sur, nunca acá. El diablo está siempre en otro lugar.
Dice Michael Taussig que esta es una forma efectiva de convivir con el terror, una manera de soportarlo a pesar de sentirlo encima: retomar la desgracia que hay en otra parte para imaginar que con la nuestra no la pasamos tan mal. Una estrategia para sobrellevar, sobrevivir, sobreponernos, y que las tragedias y el miedo no nos paralicen.
Por esta vía, Colombia resulta ser el mejor lugar para hablar de lo mal que está la libertad de expresión en Venezuela. Los 150 periodistas colombianos que han sido asesinados en 30 años son los que hacen indignarnos por el cierre de los grandes medios venezolanos; los 130 amenazados en Colombia durante el 2013 nos muestran lo mal que han estado los reporteros en Venezuela con los gobiernos de Chávez y Maduro. Los periodistas chuzados por el DAS, el oscuro cierre de la revista Cambio, los exilios de cientos de comunicadores, el asesino invisible de Orlando Sierra; todo es motivo para protestar por el derecho de los venezolanos a expresarse: es que es el colmo que tengan que vivir así. Si estamos bien, hay que solidarizarse con el que nos necesita.
Mientras aquí se masifica el apoyo a la libertad de expresión en Venezuela, algunos preguntamos: ¿cuándo enfrentaremos nuestra historia de censura de esa manera tan abierta y tan insistente? Será imposible si seguimos pegados a la de otra parte. (Será difícil si continuamos creyendo lo que presentan las cadenas internacionales, que impulsadas por los empresarios de la comunicación que han tenido que salir de Venezuela están dando a entender que la disputa allá es por la libertad de expresión de los grandes medios. Y no es del todo así, más que devolverle las empresas mediáticas a los que se han ido, los protestantes buscan soluciones a temas sociales como la escasez, la inseguridad y la corrupción).
Partimos de que en ambos países hay violaciones contra el periodismo grande y contra el pequeño; por eso se advierte que sin importar el tipo de medio la censura es censura y debe rechazarse. A los grandes hay que defenderlos porque son necesarios; su capacidad técnica y financiera hace que ellos sean los llamados a soportar de la mejor forma los embates del gobierno. Ese puede ser un énfasis de la lucha por la expresión en Venezuela. Sin embargo, por su vocación de poder y de negocio, no hay que olvidar que esta gran prensa es la que suele alinearse con las autoridades y con los principales actores económicos del país; en ese punto surge el deber de defender a los periodistas autónomos y a los medios alternativos que con menos recursos cuentan lo que los otros ya no quieren contar. Ese debe ser el énfasis de la lucha en Colombia.
Entonces se pregunta qué merece nuestra atención; en qué invertiremos mejor nuestro ímpetu de protesta. Enfocándonos sobre la libertad de expresión diríamos que tenemos varias opciones de movilización: nos movemos tanto por los medios grandes como por los pequeños, que es lo que ha promovido la prensa nacional; nos movemos más por los medios grandes que por los pequeños, como parece haberse planteado la protesta en Colombia sobre Venezuela; o nos movemos más por los pequeños, que es lo que defienden ciertas organizaciones.
La decisión estará enmarcada por las nociones de ética que se tengan y por los modelos de justicia que se persigan. Defender los dos tipos de medios por igual, aunque parezca justo, es desconocer que unos y otros cuentan con realidades distintas: los grandes tienen capacidad de reacción y protección; los pequeños presentan situaciones graves de indefensión y de máxima vulnerabilidad, siendo más afectados en sus derechos a la vida, la integridad y la propiedad. Así que un modelo de justicia deseable sería aquél en el que la movilización, sin perder de vista la situación de los grandes medios, prioriza su atención sobre los pequeños que sí requieren lugares de visibilización y defensa que no tienen.
La forma como se está presentando la lucha por la prensa en Venezuela nos está incitando a no ver nuestra violencia y además nos está haciendo optar por el modelo de justicia que menos necesitamos.
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