Para el caminante atento a la estética arquitectónica, Manizales ofrece dos campos ricos en sensaciones: el del bahareque y el republicano. En su pasado la ciudad y sus gestores comulgaron con esas dos visiones estéticas las cuales aun no han sido "tipificadas" como estilos propios, expresión de la cultura de una época.
Manizales en arquitectura tiene un antes de los incendios y un después de las llamas, porque lo que siguió es poco. Mencionaré que hubo excepciones y momentos intermedios, pero concluiré que las otras construcciones de los años 60 en adelante, a pesar de representar una mentalidad definida, no conforman un estilo por la razón que, precisamente, niegan lo estético.
Volvamos al pasado, a pesar de que no resista la mirada crítica de la juventud por su rudimentaria tecnología y carencia de confort. No nos dejemos intimidar por la trivialidad de una mentalidad demasiado líquida, como diría el sociólogo polaco Bauman, y redescubramos la belleza del bahareque.
El bahareque fue la adaptación local de la arquitectura colonial. Los materiales disponibles para construir eran otros, pero la mentalidad o sea lo que se estimaba bien, era, a pesar de la Independencia, la misma, fuera que las necesidades no habían cambiado. Habitaban estas casas familias grandes y jerarquizadas compuestas por varias generaciones donde la servidumbre hacía parte integral de la misma. La autarquía era una de las exigencias de la vivienda: debía tener huerta, gallinero, pesebrera, bodega y espacio para alguna renta como talleres o almacenes.
Espacioso, austero y blanco. Estas son las características de este estilo arquitectónico y la primera impresión que transmite una edificación de estas es de sencillez, porque todo está justificado y no hay derroche de elementos ni adornos. La simplicidad hace intuir una mentalidad que se bastaba a sí misma. Parece este estilo negar la decoración y el juego, la exuberancia de la naturaleza tropical no tuvo entrada a estas viviendas. Los materiales eran todos de la región, producto de una sociedad rural y aislada que se abstuvo de hacerlos más bellos.
Las partes de hierro, como los goznes para las puertas y las cerraduras de las puertas, las chapas son más recientes, eran elaboradas en las rudimentarias fraguas del pueblo. Madera y barro para hacer las tejas, y bahareque para recubrir las paredes, eran los materiales básicos que existían en abundancia. Vidrio y pintura, al igual que las láminas metálicas repujadas, fueron lujos que se masificaron apenas con el arribo del ferrocarril y el transporte pesado.
Radica la belleza de estas casonas en la simetría, pues esta es como la sintaxis de la arquitectura, garantiza la armónica proporción de la edificación. Las puertas grandes y altas corresponden en su tamaño a las amplias fachadas. Y las ventanas repartidas, repitiendo las distancias entre ellas, redondean la armonía del frente e impactan cuando poseen balcón, porque este interrumpe la muy plana pared. Ahora los aleros con sus vigas a la vista, a pesar de depender de razones estructurales relacionadas con el peso y resistencia de los materiales, confirman el orden de la construcción.
El plano de la casa era elemental: un corredor entre la puerta principal y el corredor interior acentuaba lo rectangular de la construcción. Sobre este se reparten las habitaciones que usualmente tienen una sola puerta de acceso, que sirve a la vez de fuente de iluminación y ventilación, y una ventana al otro extremo. Las habitaciones son oscuras ya que se usan solamente para dormir, la vida social de los hombres y mujeres del bahareque sucede fuera de la casa o en espacios como los amplios corredores o en época de invierno las cálidas cocinas con fogón de leña. La blancura de las paredes es pocas veces interrumpida por alguna estampa de colores o la imagen de un santo. Es curioso que esa apatía a usar cuadros para embellecer las habitaciones hoy en día continúe. El manizaleño no es muy dado a la pintura, conozco muchas casas de gente pudiente donde no se ve ni una obra que valga la pena. A veces las paredes reciben un recubrimiento en madera hasta un poco más alto de un metro que seguramente en otras épocas se hacía con cal de otro color, creando un contraste que interrumpía un poco la naturalidad de la larga y alta pared. Las columnas se apoyaban y soportaban equilibradamente sócalos y vigas. El piso era de tablas anchas que nunca ajustaban en sus juntas, pero que se distribuían en tamaños mixtos dejando una grata secuencia al ojo.
Pero fueron los cielorrasos los que recibieron una sorprendente atención. Estos usualmente desarrollaban un dibujo lineal y simétrico donde los constructores "jugaron" con las líneas y los espacios que estas delimitan. La curva básicamente no aprese en estas casas, a excepción de los calados ubicados en ventanas y puertas como cerramiento que permite la entrada de algo de luz. En estos dibujos hubo un derroche de figuras que estilizan hojas y flores. Este esquema rectangular de vivienda se puede repetir sobreponiéndolo, logrando casas de varios pisos.
Si se comparan estas construcciones con fotos de la misma época en las cuales se pueda ver el atuendo, especialmente el de las mujeres, se nota una obvia analogía. Resaltan la severidad, la monocromía, la nobleza de los variados materiales y ciertos adornos como los bordes de los pañolones tejidos en filigrana.
¿Qué literatura sucedía en estas casas? pienso que la poesía de Julio Flórez se ajusta, porque la poesía de un Aquilino Villegas me la imagino leída observando un atardecer, afuera, en la naturaleza. Pero definitivamente los hombres y mujeres del bahareque son los habitantes de la obra de don Tomás Carrasquilla.
P.D.: Fueron condenados el Ministerio de Cultura y el Municipio de Manizales a invertir 2.500 millones de pesos en la restauración del edifico del antiguo Instituto Universitario. Ahora que se habla de millones de pesos en regalías y millones de pesos de presupuesto del Paisaje Cultural Cafetero, que no se olviden los funcionarios públicos de incluir este asunto en las propuestas de inversión de esos dinerales.
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