El periodista pone en juego su vida cuando confronta el poder político de un territorio. Al contar los secretos y los abusos no solo le declaran la guerra sino que impiden que el Estado los defienda y los repare. La idea es que mientras se amenaza y se asesina al periodismo, las instituciones judiciales no consigan aclarar esos ataques ni señalar a los responsables. Para el periodismo violencia y en la justicia impunidad. Que ésta nunca logre lo que los periodistas sí pueden: enjuiciar el poder.
En tiempos de la Guerra Fría el periodismo recordó que servía para eso, para enjuiciar al poder. Si bien al lado de los propagandistas aparecieron unos periodistas militantes que atacaban al poder pero del bando contrario, existió un espacio para otro periodismo que se atrevía a confrontar el poder en general. Un periodismo que no se preocupaba por denunciar de comunistas a los comunistas o de capitalistas a los capitalistas, sino que se preocupaba por denunciar a las dos cabezas del mismo monstruo global.
Cada bando de la Guerra Fría había aprendido lo peor del otro y este periodismo lo sabía; cada bando era confrontado por personas que se les oponían por mucho más que defender uno de los dos colores, y este periodismo comprendía que podía ser la voz de ellas; cada lado silenciaba a sus opositores y disidentes casi de la misma forma, y este periodismo se convirtió en resistencia. Los que gobernaban el mundo habían puesto una cerca para que ellos ganaran y otros perdieran, y el periodismo no quería denunciar la cerca sino a los que gobernaban.
Orlando Sierra y muchos otros periodistas colombianos que han sido asesinados, eran sucesores de este periodismo. Sus líneas y sus voces se enfrentaron justamente al poder; lo hicieron solo por creerlo injusto, corrupto, violento, que beneficiaba en exceso a los que menos debía beneficiar. Sierra no solo estaba enjuiciando el poder particular de los que lo mataron; enjuiciaba también la estrategia de los políticos que se valieron de los votos y de la organización política de sus asesinos; enjuiciaba a los partidos que sin pena avalaban a esos políticos; enjuiciaba el modelo con el que algunos empresarios negociaban con estos partidos un espacio para enriquecerse. Cuestionó este modo de vivir en el que el resto de ciudadanos ganan con su silencio, porque creen que así se mantienen vivos y pueden echarle mano a lo que les dejen. En últimas enjuició nuestra forma de gobernarnos.
En Colombia a estos periodistas los asesinan por eso, por opinar y poner bajo observación la forma en la que se administra el poder en un territorio; una forma en la que la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico o la misma corrupción –que se suelen anteponer como primeros responsables– son un simple eslabón del poder de políticos y empresarios. Por eso, si alguien lamenta la impunidad del caso Sierra debe hacerlo con prudencia, conmemorando el nombre pero no las palabras del periodista; porque el poder político que llevó a su muerte está vigente, no hay quién lo enjuicie.
Es que el caso de Orlando Sierra también está probando que las instituciones judiciales no están en capacidad de enjuiciar lo que debe enjuiciar. Aún no logran consolidarse como juez de la política y sencillamente no encuentran los modos de ser autónomos ante el mismo poder que deben juzgar. La muestra es que después de tanto tiempo no se ha probado la responsabilidad de Ferney Tapasco ni se ha vinculado al menos a otros posibles autores intelectuales. Esto nos obliga a pensar la impunidad más allá de la incompetencia de las instituciones de investigación y por ejemplo analizar su relación con el poder.
Todavía no hay juicio posible contra el poder. Si los años de demora en el proceso Sierra, que favorecieron la desaparición de testigos y pruebas, están justificados y no violan las normas, es prueba de que las normas andan mal; están diseñadas y controladas por un poder político que desde el Congreso y los poderes locales paralizan todo intento por enjuiciarlo. Los procedimientos parecen estar pensados para evitar lo mismo que se quiso impedir con la muerte del periodista: verdad y justicia sobre la forma de gobernarnos.
Así el periodismo confronta al poder político, el poder político asesina al periodismo, la justicia no enjuicia al poder político, el poder político sigue gobernando. Para detener este poder político es necesario el periodismo y la justicia. Si falta justicia el poder político no para y el periodismo no sigue, lo matan.
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