Se le atribuye a Martin Luther King la siguiente frase: "No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos".
Y traigo a colación esta frase por la angustia que me embarga al ver esta sociedad en la que nos tocó vivir, y por la cual luchamos algunos con la utópica esperanza de construir un futuro para nuestros hijos y dejar una senda abierta para las nuevas generaciones.
¡Qué tristeza! No sé si el mal que nos aqueja lo podemos considerar un mal generalizado y una perversión más de la humanidad. Lo que sí sé es que a los caldenses nos está destruyendo es precisamente eso: El silencio de los buenos. El silencio de la gente que ve cómo unos pocos que se creen con licencia para disponer de los bienes comunes, los dilapidan, los destruyen, los devalúan y se lucran de ellos hasta agotarlos y enflaquecerlos para después entregarlos descaradamente a quienes, preconcebidamente, han estado detrás ayudando a consumirlos para enviar finalmente el zarpazo y apoderarse a mínimos costos de lo que tanto nos ha valido.
Ejemplos tenemos por montones en Caldas. Y si revisamos más a fondo, encontramos que los protagonistas son casi los mismos, en variados escenarios. Se pasean por las diferentes entidades políticas, económicas y gremiales procurándose el blindaje para figurar de redentores, mientras sus bolsillos se llenan y su poder aumenta proporcionalmente. Y, a su alrededor, la gente buena calla y se doblega porque sabe que con solo una voz de reparo o de protesta su futuro personal y familiar se vuelve añicos.
Gente que guarda silencio ante las aberraciones de quienes se apoderan de las instituciones para direccionarlas hacia su provecho individual; gente que enmudece siendo testigo y víctima de pequeñas dictaduras perversas, con el fin de conservar su estatus y sobrevivir económica y socialmente. Gente que se doblega ante las fechorías de quienes se arrogan el poder de decidir sobre nuestro futuro, bajo la fachada de benefactores o posando de mártires que aceptan "sacrificarse" en la dirección de las más lucrativas instituciones.
¡Y hasta entiendo ese silencio! Porque el poder de esos pocos es despiadado, perverso y arrollador. Son seres maquiavélicos que no se ruborizan cuando acaban con la honra de las personas en corrillos y mesas de café; que no tienen reparos en destruir a sus "amigos" ensombreciendo su dignidad y su prestigio; que no se desvelan aún sabiendo que son los causantes de la desgracia ajena y que, por el contrario, se muestran orgullosos de ver caído al semejante en batallas en las cuales ni la propia víctima sabe que se encontraba inmersa.
Pero no por entender ese silencio, lo comparto. Por el contrario, lo rechazo. Porque mientras sigamos callados ante tanta iniquidad, seguiremos también perdiendo espacio y desperdiciando el tiempo. Porque el silencio se convierte en el mayor cómplice de nuestras desgracias. Porque callar es contribuir a que se fortalezcan esas mafias gremiales que se apodera de todo y acaban con todo. Porque si vivimos silenciosos corremos el riesgo de convertirnos en mudos por falta de autoridad y de valor.
Por eso aquí nada pasa, mientras todo pasa. Por eso perdemos imagen y cada día estamos más desprestigiados en el entorno nacional. Porque lo que es evidente y rechazable en un mundo racional, y lo que es repudiado en una sociedad ecuánime y sensata, es aceptado silenciosamente en nuestro mundo, y aplaudido y enaltecido en nuestra sociedad. Porque mientras el silencio envalentona a esos pocos que nos esquilman y se burlan con cinismo, los buenos van siendo cada vez más aislados, más despreciados y más minimizados.
Nuestra sociedad necesita un escape, ¡y rápido! Porque hoy se encuentra acorralada por su propia pusilanimidad, y encerrada en su propia desidia. Porque, de seguir como vamos, terminaremos lamiéndonos nuestras propias llagas y alimentándonos de nuestras propias desgracias, mientras esos que hoy se ufanan con cinismo de dominarnos, terminarán llevándoselo todo y engrosando sus alforjas desmedidamente sin que nadie se atreva siquiera a cuestionarlos.
Y también entiendo, sin compartirlo, que no se atrevan a cuestionar. En la edad media era costumbre azotar al mensajero portador de malas noticias. En nuestra sociedad, se está haciendo costumbre lapidar al denunciante. Porque el poder de esos pocos es tan perverso, lesivo y dominante que es capaz de convertir a la víctima en victimario y al acusador en acusado. Porque su poder de manipulación es tal que hace uso de las más rastreras formas de lucha (anónimos, chismes, consejas, señalamientos y acusaciones infundadas), aprovechándose precisamente de nuestra mayor debilidad: El silencio de los buenos.
* * *
Tengo un solo reto para el Gobernador y para el Gerente de la ILC: Si me pueden demostrar que las denuncias que he hecho obedecen a rumores malintencionados y a chismes de pasillo, les ofrezco mi cabeza y me someto a ser otro más de los caldenses silenciosos retirándome de los medios. Pero si no lo logran, que sean ellos quienes, por dignidad y respeto al pueblo, se hagan a un lado porque no merecen estar al frente de las instituciones que hoy manejan.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015