Este papa que se ganó la mayúscula sigue dando la impresión de que fuera un vecino de ascensor, el compañero de pupitre, el que calienta banca en el parque como cualquier pensionado; que monta en metro o en papamóvil de pedal, como el que utilizó en Brasil.
Francisco le quitó misterio al oficio de papa. Lo hace sentir a uno pontífice. Tiene pinta de abuelo. San Pedro, su remoto antecesor y quien se sacaba el chicharrón de la boca para negar a Jesús, debe estar en choque.
De pronto nos lo podríamos topar en la biblioteca pública leyendo periódicos y revistas. O echándole un piropo virtual a alguna mina (mujer). (A los papas no les está dado pecar ni con las ganas, pero al che Francisco se lo perdonaría).
Llora lágrimas de carne y hueso. Berrea viendo pasar un cúmulus nimbus. O un pobre. No le escurre el bulto a ningún interrogante. Qué queridura de tipo, y perdón por la igualada.
La comunidad gay no le daña la comunión. “¿Quién soy yo para juzgar a los gais?”, se preguntó en la rueda de prensa en el avión, de regreso a casa. Pura falta de confianza. Una simple llamada al procurador Ordóñez y tendría toda la asesoría que necesite, sostiene un amigo.
Estábamos acostumbrados a papas inspirados por el Espíritu Santo. Francisco parece dateado también por su paisano Santos Discépolo.
Como todo argentino, es un hombre de beso fácil. Ser argentino y besar son sinónimos.
Con la línea que ha tirado Francisco, los cardenales tienen la vanidad a raya. En vez de mocasines están que se pasan a vivir a las sandalias del pescador para no ganarse un baculazo del jefe.
No lo veo excomulgando a nadie. Francisco parece estrenando puesto siempre. Se ve que disfruta lo que hace. Está utilizando el papado para poner de cabeza la Iglesia.
A uno le provoca invitar al papa Pacho, perdón, Francisco, a comer un buen bife en casa. Pero mejor no, de pronto acepta y se va toda la mesada pensional y cualquier rebusque adicional.
Me habría gustado ser un papa como él, de lavar y planchar. Es de los que no se enfermará de la importancia inherente al cargo.
El Messi o Maradona de Dios camina con el tumbao que tienen los papas sin ínfulas al andar. Es una jaculatoria que sonríe. ¿Qué tal el maletincito de dos pesos que lo acompaña?
Ojalá esté preparando el camino para introducir ajustes. No es sino que suelte la rienda y permita el casorio de curas, mujeres papisas, los anticonceptivos, y considere que meterse un cachito de marihuana no sea pecado. La sacaría del estadio, como dicen sus colegas, hinchas del San Lorenzo de Almagro.
Al paso que vamos, el padre Francisco, como le dijo un bacán en Río, nos hará olvidar de Borges, Cortázar, Gardel, Mafalda, Les Luthiers. ¡Santo Dios!
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