En los últimos días me he sentido con el ánimo por los suelos viendo el panorama que nos rodea, sobre todo por la barbarie en que nos tienen los asesinos de las Farc y el Eln. Para el común de los colombianos queda muy difícil entender los instintos de crueldad tan arraigados que mantienen estos individuos contra una población intrínsecamente buena, honrada y trabajadora. Causa horror ver cómo las pandillas criminales que inundan nuestra patria asesinan sin piedad a los pobres campesinos que no tienen otra forma de defenderse que liar sus bártulos y con sus pequeños hijos salir corriendo a buscar refugio en las crueles ciudades grandes, donde terminan pidiendo limosna en las esquinas de los semáforos.
Se dirá que estoy escribiendo historia antigua, y así lo es. Pero quiero repetirla, porque en medio de mi angustia, me parece que muchas veces nos olvidamos del dolor que acompaña a miles de gentes que se han quedado sin nada, por sobrevivir a los ataques feroces y desalmados de las bandas que deberían estar bajo muchos metros de tierra.
Cuando oigo a estos abandonados de la suerte expresándose delante de los ataúdes en los que van a entregar sus últimos recuerdos, con los ojos apenas llorosos porque no les quedan lágrimas para derramar, dicen como salido del fondo de su alma, que piden justicia al cielo, pero que perdonan y olvidan, siento que yo en una situación similar, Dios no lo quiera, no me sentiría capaz de perdonar ni de olvidar.
Tampoco tengo el valor suficiente para creer que lo que nos está sucediendo con los diálogos de La Habana vaya a ser la panacea que nos vuelva a cubrir con un manto de paz que nos libre de los desalmados que, sin saber la razón, ya que no tienen ideología que lo justifique, atacan en forma traidora a quienes se les pongan por delante, sin importar si son mujeres o niños son las víctimas inocentes de los infernales aparatos de destrucción como son las minas quiebrapatas.
Siguen las conversaciones, donde los bandoleros rodeados de cócteles, puros y jineteras cubanas que les hacen más placentera su estadía, se han dedicado a justificar en la forma más cínica la nueva oleada de muertes contra los campesinos y nuestras fuerzas armadas en cobardes emboscadas. Solo para recordar, en esta semana perpetraron un asesinato colectivo en Guapi, después atacaron varias poblaciones del sur de Nariño, y en medio de este infierno ASESINARON (así, con mayúscula) a un mayor del Ejército y a un policía quienes sin estar armados fueron tomados prisioneros, torturados y masacrados de la manera más vil.
Lo que no deja olvidar un crimen como este es la explicación cobarde del vocero en Cuba, tratando de justificar ese acto, que porque se estaban viendo asediados por el Ejército. Ahora salen a decir que no entregarán los cuerpos porque quieren evitar que los juzgue la justicia nacional o la internacional por este hecho atroz. Lo que quieren es ocultarle al mundo la forma inaudita como, en el colmo de la locura insana, dejaron despedazados a los héroes de nuestra dolorida patria.
Este solo hecho justificaba al gobierno levantarse de la mesa de conversaciones, o al menos haber modificando las reglas de juego. Pero fuera del rechazo solitario del Ministro de Defensa, no se vio nada por parte del presidente Santos.
Esperemos a ver en qué termina esta tragedia, pero a pesar de que me llamen escéptico o hasta enemigo de la paz, que es como se nos trata a los que somos más realistas, reitero que si no se firma un convenio que les permita a los oligarcas jefes guerrilleros irse sin condiciones a vivir y gozar con sus familias de sus fortunas a países que tengan los cojones de recibirlos, no veo nada claro lo que está pasando.
También se necesita que la reacción del gobierno no se limite a comunicaditos de rechazo ante la violencia permanente de los narcobandoleros.
P.D.: La modestia es reconocer que uno es perfecto, sin decírselo a nadie.
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