Estimular una "formación integral" ha pasado a ser un lugar común, de casi nulos efectos prácticos. Lo integral en la educación es debido a la formación interactiva en diversas áreas del conocimiento: artes, ciencias, técnica, letras, pensamiento. Un profesional debería tener bagaje intelectual con elementos sustantivos de esas disciplinas, sin deterioro en la fortaleza de su profesión. Pero cada vez esa formación está más compartimentada. Fragmentos que no apuntan a integrar el rompecabezas. Las especialidades unidimensionales se han impuesto. El médico que se ocupa de los ojos nada tiene que ver con otras partes del cuerpo; el ingeniero calculista de estructuras, tampoco se entiende con nada de hidráulica ni con suelos; el agrónomo experto en cultivo de café, ajeno es a otros cultivos, etc.
De pronto aparecen profesionales con gusto por las letras y las artes, como distracción o complemento. Sin faltar los que asumen con rigor esas preocupaciones intelectuales. Ejemplos mayores son Gregorio Marañón y Santiago Ramón y Cajal, para citar solo dos casos relevantes en el mundo hispánico. Ni qué decir de Albert Einstein y Bertrand Russell.
Preocupaciones de esta naturaleza me han llevado a idear maneras de seducción, o motivación, con estudiantes de diversos programas curriculares, en la "Cátedra Aleph" de la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales. Voy por la versión 23, con temas distintos cada semestre académico. En el actual me he ocupado de hacer un recorrido, un tanto a saltos, por el humanismo, desde los Presocráticos (antes de los socráticos, no de Sócrates) hasta encontrarnos con algunos escritores-pensadores latinoamericanos del siglo XX. No falta la buena y prometedora participación de estudiantes. Las sesiones casi siempre están precedidas con algo de poesía, en lecturas en voz alta, con comentarios de interpretación y valoración.
Evocamos a los Presocráticos, en esa amplia y ejemplar nómina de pensadores que fueron pioneros en el uso de la razón, con busca continua de argumentos para soportar los sentimientos y las ideas, incluso con uso de la poesía. Ocuparon alrededor de tres siglos anteriores al 370 a.C., en número significativo, indagando por el cosmos y en aventurar ideas por el conocimiento, con fortaleza en la intuición. De Jenofonte asimilamos nuestro origen físico en el agua y en la tierra, elementos que ocasionan todo lo susceptible de ser engendrado. De Parménides recogimos la idea de conocer aún en las apariencias. En Empédocles nos entretuvimos tratando de hacer claridad en algunas de sus ideas-metáforas: su entendimiento de ser cuatro las raíces de todo: fuego, agua, tierra y el éter. Seductora su idea de la noche, "la de ojos en peregrinación, la desierta". En Tales encontramos la dificultad del conocerse a sí mismo. De Heráclito aprendimos que no es posible bañarse dos veces en el mismo río; la idea del transcurrir, del paso inexorable del tiempo; asimismo, dictaminó sobre el hecho de pensar como la virtud máxima, con apelación a la sensatez. Y tuvo la idea de la comprensión unitaria al decir que "sabio es reconocer que todas las cosas son una". "Todas las cosas están llenas de dioses", también dijo Heráclito, con el preanuncio del panteísmo de Baruch Spinoza ("Deus sive Natura"). Igual supo distinguir entre la realidad y las apariencias.
En Demócrito encontramos lo que engendra la cordura: capacidad de aconsejar con buen talante, de hablar con pulcritud y de obrar con pertinencia. Anticipamos en él a Rousseau con la idea del íntimo parentesco entre naturaleza y educación. Igual sugiere que para ser amado hay que amar, y que antes de actuar con las consecuencias de arrepentirse por lo mal actuado, la persona debe disponer de asesoría confiable. Involucra la noción de experiencia, al referirse a la cordura que no la enseña el paso del tiempo, sino las maneras de cultivarse con ajuste a la naturaleza.
Sócrates fue especial motivo de diálogo, por la singular personalidad, ejercida sin otro interés que la busca ansiosa del conocimiento, en la forma de indagar, preguntar. La duda fue su herramienta de trabajo, en diálogo continuo con sus conciudadanos. Su método fue la dialéctica. Acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes, todo por esa capacidad admirable de someter a la razón cuanto pudiera saberse o decirse, lo cual implicaba estar por fuera de las ortodoxias dominantes, ejercidas por gobiernos. Sócrates se defiende con bella argumentación, pero los jueces terminan condenándolo a la pena de muerte. Acepta, como acatamiento a la Ley, auncuando considera que es injusta la decisión, por coherencia con su idea de solo ser libre si se obedecen las leyes. Ejemplo límite por sumisión a las normas. "Sócrates, el mejor de los mortales,… el más sabio y justo de los hombres", exclamó Critón, su discípulo, al expirar el maestro. La sabiduría en humildad de Sócrates quedó consignada en la sentencia: "Solo sé que nada sé". Con él se configura el pensamiento crítico, en línea con sus antecesores.
En cuanto a la muerte, Sócrates la concibe como el mayor bien siempre y cuando se haya cumplido a cabalidad con el deber. Y si se la teme -asegura- será porque se confía en una falsa sabiduría. Sinembargo la considera un triste destino. Sócrates es estimado como el fundador de la tradición intelectual y moral, con asidero en especial en Europa.
En instante como ese, evocamos con los estudiantes los primeros versos del poema "Amén" (En: "Los trabajos perdidos") de Álvaro Mutis: "Que te acoja la muerte/ con todos tus sueños intactos", y leímos el texto completo, breve.
Seguimos con la alegoría de la Caverna de Platón, con Montaigne, Spinoza, Rousseau. Y saltamos a estimar el valor de humanistas latinoamericanos: Pedro Henríquez-Ureña, Alfonso Reyes, Baldomero Sanín-Cano, Germán Arciniegas. Experiencia grata, motivo para la siguiente aventura en la versión 24 (I, 2014).
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