El pasado 18 de enero la revista Semana en su versión de Internet publicó una muy buena columna de la gran periodista Martha Ruiz sobre el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, titulada "Envidia de la buena". (Este es el enlace -http://www.semana.com/opinion/articulo/envidia-buena/329992-3) Recomiendo altamente leerla. En un sencilla y profunda semblanza se nos muestra a un presidente sensible, modesto, sin pretensiones o arrogancias, que dona el 90% de su salario para instituciones de su pueblo, algo campechano, que sigue viviendo en su pequeña casa de campo y que en resumidas cuentas no hace uso de todos los beneficios y lujos que el poder pone a disposición de los jefes de Estado. Mujica es conocido como el presidente más pobre del mundo. También es conocido mundialmente por su aleccionadora intervención en la cumbre mundial ambiental Río + 20. Este es el enlace de esa sabia presentación: http://www.youtube.com/watch?v=wl2nMudbSm8, también la recomiendo.
El presidente uruguayo fue guerrillero tupamaro contra la dictadura de su país, estuvo 15 años en la cárcel, fue torturado, al recobrar la libertad reconoció que las armas eran el camino equivocado y desde entonces ha empeñado todos sus esfuerzos por una democracia real y una mayor equidad. Mujica reemplazó en la presidencia al médico oncólogo Tabaré Vásquez, quien también venía de la izquierda ligada al movimiento insurgente de los años sesenta y setenta. Los dos han sido muy buenos presidentes, lo cual de alguna manera puede dar luces para el actual proceso de paz de Colombia, demostrando que sí hay diferentes maneras de vivir la política y que la guerra no es la única manera de confrontar diferentes maneras de ver la sociedad.
Coherencia y ejemplo, eso es Pepe Mujica. Martha Ruiz se lamenta de la falta de políticos así en nuestro país, y le asiste toda la razón. Quiero lanzar una hipótesis al respecto: si ante todo quienes ejercen cargos públicos, y no solo el presidente, fueran un referente humano y ético para los ciudadanos, el gran cúmulo de graves problemas que vivimos tendría solución, sin lugar a dudas. Pero aquí sucede todo lo contrario: política y delito van de la mano, y se requieren más condiciones de bandido o de cínico para llegar a muchos cargos públicos que verdaderas dotes profesionales y humanas. En teoría la política está ligada estrechamente al servicio a los demás, pero en la práctica es un ejercicio del poder por el poder, para el deleite de la vanidad y los intereses personales. De lo contrario no se presentarían decenas de casos de corrupción a diario, o no se habría dado el fenómeno de la parapolítica, o el expresidente Uribe no hubiera pretendido eternizarse en el poder. Rara vez un político en Colombia es ejemplo para alguien, pocas veces actúan con coherencia, y su discurso se contradice casi todos los días con su actuar. De esta manera se envía un mensaje perverso a toda la sociedad y el comportamiento se reproduce por todas partes. Lo curioso es que son muchos los que quieren llegar a los cargos públicos de alto nivel y en cada elección una miríada de gente se postula. Los elegidos parecen más bien ungidos y comienzan un camino de ascenso que los va alejando de los demás. Presidentes, gobernadores, alcaldes, congresistas, diputados, concejales, y de paso ministros, secretarios y consejeros se convierten en una élite lejana, vanidosos en su mayoría - pero presumiendo de una falsa modestia, veleidosos y caprichosos. Paradójicamente, la democracia crea su propia realeza. Hay que ver las servidumbres que tienen, la prosopopeya que los rodea y la abyección con que se comportan quienes los rodean.
Necesitamos muchos Pepes Mujica: políticos y altos funcionarios que inspiren con su ejemplo a los ciudadanos comunes y corrientes, que no se crean monarcas, que no requieran de la humillación de sus colaboradores, que vivan como todo el mundo. Si esto sucede, no cabe la menor duda de que los problemas se irán resolviendo, absolutamente todos. Que sea su acción y no su palabra la que inspire a la comunidad. Hay que buscar con lupa en las elecciones y votar por aquellos que den muestras de ser un buen ejemplo como personas, como seres humanos. Solo con gobernantes sencillos y humanos tendremos una verdadera democracia.
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