La semana anterior se divulgaron los resultados de la prueba optativa del programa PISA, la cual evaluó competencias para resolución de problemas prácticos. Infortunadamente Colombia volvió a obtener, ya no uno de los últimos (como en Matemática y Comprensión lectora), sino el último lugar entre los países participantes, en cuanto al desempeño de sus estudiantes.
Uno de los temas que desnuda nuestro rezago es la capacidad de resolver problemas a través de herramientas tecnológicas, aspectos en lo que se destacan países como Singapur o Corea del Sur. Pero las comparaciones tienen el riesgo de motivar el frenesí por competir en aspectos cuantitativos, y si ese va a ser el camino, según lo sugieren algunas expresiones desde los gobiernos nacional y territoriales, habría que advertir que los países que encabezan algunos de estos listados, también lideran las estadísticas de explotación, injusticia laboral y suicidios. Es decir, la contrición no nos puede llevar a pensar en mejoras (exclusivas) de lo cuantitativo, cuando el propósito de toda intervención debe ser el carácter cualitativo del bienestar de los seres humanos.
El profesor Moisés Wasserman en reacción al tema planteaba que "Un problema central es que instruimos y entrenamos más de lo que educamos. Cuando pensamos en soluciones se nos ocurre más instrucción". Esta expresión invita a la reflexión sobre el tipo y modelo de formación que tenemos en nuestras instituciones en los distintos niveles, pues las mismas parecen relegar los espacios en los que se fomentaba el juicio crítico, el raciocinio y la abstracción de problemas reales del entorno. Por otro lado, en virtud de la necesaria (pero riesgosa) eficiencia, nuestras instituciones educativas han olvidado la responsabilidad fundamental de formar en cultura ciudadana, incluso en los más altos niveles de formación. Tenemos hoy profesionales de alto nivel, con enormes capacidades y competencias investigativas pero que son indolentes frente a su realidad, fríos respecto a su postura política e insensibles frente a las necesidades de su entorno. Poco servicio le van a prestar a una sociedad quienes demuestren enormes capacidades técnicas pero muy escasa sensibilidad sobre lo social y escasa capacidad para interlocutar con otros y proponer espacios para la resolución colectiva de los problemas y el trámite de conflictos.
La educación en Colombia tiene entonces como tarea pendiente la construcción de una agenda en la que deje de mirarse el ombligo, en la que no se fije solamente en indicadores de eficiencia y desempeño y más bien mire hacia lo que demanda realmente el servicio educativo que es el bienestar de las sociedades. Que nuestros estudiantes no sean competentes a la hora de resolver problemas prácticos no solo desprestigia el orgullo que exhibimos respecto de nuestro ingenio, creatividad y "malicia indígena"; más allá de eso lo que hace es limitar nuestras posibilidades de encontrar un entorno de paz sostenible, de bienestar, de equidad, de sostenibilidad ambiental, de desarrollo económico y protección del patrimonio cultural. Nuestra educación está llamada a recuperar la identidad, quizá a definirla, y a partir de esa identidad trazar un camino, trazar una agenda para saber hasta dónde queremos llegar en los años futuros, pero sobre todo, cómo vamos a lograrlo.
Pero más allá de las competencias técnicas, nuestro último lugar hace pensar en condiciones de las que nos hemos preciado, respecto de nuestro ingenio, creatividad y "malicia indígena".
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