Hace apenas dos semanas el país despertó al hecho de que el Gobierno nacional y las Farc están en diálogos de paz, y de que en pocos días, en octubre, se iniciará una etapa más formal de negociaciones. Estos diálogos, que por tarde se iniciaron a principios de este año, se han llevado de forma absolutamente reservada y la opinión vino a saber de ellos cuando ya existía un resultado tangible y de importancia como lo es la agenda de negociación. En contraste, para llegar al mismo punto en el proceso del Caguán transcurrió un año de una muy alta exposición pública y de serias y dañinas diferencias entre las partes sobre el uso de la zona de distensión. Todo esto comenzó tempranamente a erosionar el apoyo de la opinión. Una buena noticia en el este nuevo proceso es que no habrá una carga tan pesada como la del Caguán.
Como las negociaciones ya eclosionaron, tal vez antes del querer del Gobierno, también está despertando todo el mundo a este nuevo hecho político y social, luego de diez años de silencio, desesperanza y frustraciones en este terreno de una paz negociada. Tiempo en el que se pensó que nunca se volvería a la mesa, o que tal vez sería mucho más adelante, incluso se llegó a contemplar que se estaba cerca de finalizar el conflicto armado con las guerrillas por la vía militar, lo que se conoció como "el fin del fin" promocionado por el general Padilla.
El actual proceso se estructura de forma radicalmente diferente al anterior, su obligado referente. La mesa de diálogo en el exterior, la absoluta confidencialidad, unos tiempos más concretos, el apoyo internacional estratégicamente escogido, la selección del equipo negociador por parte del Gobierno, todo hace parte de una metodología pensada con rigor que apunta a sumar factores que contribuyan al éxito de la iniciativa. Por otro lado, el núcleo de la negociación, es decir la agenda, conserva una continuidad histórica, desde Belisario Betancur, pasando por el Caguán. Aunque mejorada, pues es mucho más concreta, esta agenda es altamente retadora y compleja, pero es absolutamente realizable. No es ya la enciclopedia del Caguán. Pero sale de ella en muy buena medida. Es su extracto más concentrado.
Si bien de buena intención, aunque no siempre, y con el ánimo y en el espíritu de que este proceso llegue a feliz término, aunque no siempre, todos los sectores de la vida nacional se han activado y están opinando en torno a esta nueva realidad: el Congreso, las cortes, las regiones, los políticos, los gremios económicos, la sociedad civil, las ONG, los activistas por la paz y los Derechos Humanos, la Iglesia Católica y otras iglesias, militares retirados, la academia, los diplomáticos, los medios de comunicación, los periodistas, los columnistas, los encuestadores y, por supuesto, los ciudadanos. Parece como si luego de una tremenda sequía se regocijaran con la lluvia. Empieza a florecer el activismo y las voces proliferan por todas partes.
Sin embargo, para que por fin las Farc y el Eln dejen la guerra, para que este proceso de paz concluya exitosamente, es preciso que la mesa de negociación tenga un espacio y un tiempo para adelantar su labor. Hay que dejarlos trabajar, hay que confiar en que la madurez adquirida en esta última década se refleje en el logro de unos acuerdos sensatos, realizables. Este proceso de paz tiene que ser reservado, discreto y sin ruido. Claro que serán necesarios y útiles los aportes de muchos sectores, que los negociadores escuchen opiniones calificadas en los temas de la agenda, que la voz de las víctimas y su sentimiento esté siempre presente en la mesa. Pero reconociendo que son ellos, los negociadores, quienes tienen que hacer el trabajo. Por otro lado, si lo que se quiere es sumar y contribuir, no hay de qué preocuparse, pues en esto de la paz trabajo hay mucho, y para todos. Un acuerdo final es al mismo tiempo el contrato de cierre de una confrontación y la declaratoria de obligaciones futuras para el Estado, los exalzados en armas y la sociedad en su conjunto. Y estas tareas pueden durar décadas, pues implican la construcción de unas condiciones sustancialmente diferentes a aquellas en que el conflicto germinó y se mantuvo. Este proceso de paz tiene mucho sentido y buenas probabilidades. Nuestra mejor contribución en este momento es la prudencia.
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