Borges hizo evidente que la poesía es magia y el medio misterioso es el lenguaje. Las palabras tienen carga de efectividad, por lo que dicen o por lo que quieren decir. Al escribir o hablar se dicen cosas que dan para variados sentidos. La ambigüedad reina. El misterio es palpable. Y la precisión, es decir, esa extraña concordancia entre lo que se dice y lo que se quiere decir, no es bien común, ni del común sentido.
Las conversaciones en la vida cotidiana están plagadas de lugares y de exploración espontánea por significados, por interpretaciones, asaz inconscientes. La transmisión oral responde a contar historias, a relatar momentos de la vida o situaciones de cualquier orden. Se llevan y traen mensajes. Y la comunicación entre las personas tiene visos de simpatía, de indiferencia, también de amor y de odio. Hay quienes al saludar lo que hacen es despedirse. Y cuando se presentan individuos, además del nombre de identificación que pasa de largo, se suele preguntar por cómo está la contraparte.
Hay todo tipo de dialogantes, desde el que guarda los más drásticos silencios, hasta el locuaz que no para de hablar. Y sorprende, por exótica, la persona de equilibrio que dice lo justo, sin quedar de menos ni excederse. La conversación es recurso permanente, obligante en familia y comunidad. En ella se tejen novedades o sorpresas, con campo abierto para lo anecdótico, la suerte de lo ocurrido por ocasión, o por escena de paso.
El lenguaje es materia moldeable, de uso indiscriminado colindante en el abuso. Casi nunca se mide el alcance de lo que se dice, y lo dicho tiene efectos. De ahí que sea conveniente promover, en la educación, la idea de asumir a conciencia responsabilidad sobre la consecuencia de lo dicho y lo actuado. Si somos precavidos, quizá la moderación vaya tomando lugar en la vida de personas, instituciones, comunidades.
El lenguaje infamante prepondera. Con enorme facilidad se escucha en los medios de comunicación las expresiones atrabiliarias de unos y de otros. Hay pugnacidad, en mayor grado cuando se presentan oportunidades o motivos para confrontaciones, como en el caso de comicios electorales. No tenemos todavía la responsabilidad necesaria para medir el alcance de lo que se diga. Incluso suele hacerse uso premeditado de las acusaciones o distorsiones para conquistar adeptos y desprestigiar al competidor.
Situaciones de esta naturaleza son habituales, en tanto se echa mano de recursos mediáticos para conseguir efectos. Los asesores de imagen se han convertido en los genios de la propaganda, con técnicas de mercadeo. No son las ideas ni los programas lo que interesa, sino alcanzar el consentimiento del electorado para los fines de ambición de poder y de negocios. Las personas promovidas se maquillan en lo físico y en el trabajo de medios, a la manera de maniquíes parlantes, con los genios de los artificios detrás. La verdad o certidumbre se desdibuja, para dar paso a lo superfluo, a lo que hoy es un sí y mañana un no, dependiendo de ambiente o de lugar.
Casos hay a montones, pero uno que llamó la atención, y que no deberíamos olvidar, fue cuando un malhadado asesor de campaña presidencial puso a rodar la bola de ser Antanas un ateo. Las señoras y los mojigatos que lo admiraban de inmediato corrieron despavoridos a quitarle respaldo. El daño fue hecho, con recurso maligno, al tomar en consideración el carácter dominante conservador y clerical de la sociedad colombiana. De poco valió que Antanas suplicara en contrario por los medios de comunicación.
Ese caso puso en evidencia otro hecho relacionado con el lenguaje. En virtud del bajo nivel educativo y cultural de la sociedad colombiana, la gente se hace manipulable. Y los genios en el manejo de imagen saben cómo intervenir para conseguir efectos que favorezcan sus intenciones, sin importarles temas de la verdad o de la ética.
Las palabras son el medio para todo. El lenguaje articula procederes de cualquier naturaleza. Hace falta aclimatar en nuevas generaciones, como único camino posible, cualidades como bondad, solidaridad, respeto, altruismo, sentido del bien, vocación por el estudio y el trabajo… Salvaguardar los bienes del Estado y el patrimonio de la Nación. Comprender y acatar que el fin no justifica los medios. Pero habrán de requerirse docentes a granel, seleccionados de los mejores bachilleres, formados en instituciones reformadas para cumplir esa tarea histórica (Normales, Universidades…), con reconocimiento social y dignidad en remuneraciones, para ser ejemplarizantes.
Las circunstancias de por quien votar, dan para articular cuestiones como las expuestas en este escrito, con el solo ánimo de examinar en libertad y llamar la atención sobre temas cruciales que no podemos pasar de largo. La educación no ha sido tema en las campañas políticas, y si un poco el tema de la paz, con base en los diálogos que se llevan en La Habana. Ha faltado compromiso real de las universidades, para aclimatar en la sociedad colombiana la importancia de la Educación y de una solución política, negociada, al conflicto armado que por seis décadas ha sembrado dolor y sangre en la población.
La Universidad Nacional, a ese respecto dispone del "Centro de pensamiento por la paz de Colombia", que ha cumplido papel significativo de acompañamiento en esos diálogos. Falta más audiencia, con elementos elaborados y laboriosos de realidad, ajenos al manejo conductista de la opinión, con los artificios nombrados.
Wittgenstein lo advirtió: "Palabras son hechos".
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