Pensé que después del libro de poemas del senador Roy Barreras se había alcanzado la cúspide de los vates conectados con la política nacional. Esta semana, sin embargo, leí el texto de César Montoya Ocampo, dedicado a su amigo e ídolo, el exsenador Ómar Yepes. Aunque lo título Perfil psicológico de Yepes (LA PATRIA, 4 de julio de 2013), no es ningún perfil, es una extensa carta de amor que el senador conservador Roberto Gerlein consideraría "excretable", y que el procurador Alejandro Ordóñez condenaría y quemaría en una hoguera.
Es un texto de 13 párrafos de profundo amor ciego, incondicional y sumiso. Como quiere el recién elegido presidente del Partido Conservador que sean sus lacayos.
Un estudio de las universidades de Siracusa y Virginia, dirigido por la psicóloga y médico neuróloga Stephanie Ortigue, y publicado en el Journal of Sexual Medicine, indica que el amor ciego, como el que profesa el columnista por Yepes, provoca algunas fallas o distorsiones en áreas del cerebro relacionadas con la percepción. "Se altera el circuito de neuronas que se activa cuando se usan metáforas del lenguaje (representaciones simbólicas), también se altera el circuito neuronal que participa en la transmisión de imágenes desde el ojo al cerebro y el que funciona cuando se crean imágenes mentales a través de palabras. Esto puede dar muchas pistas sobre por qué, muchas veces, una persona enamorada percibe a su pareja mucho más atractiva, interesante e inteligente que como la ven todos los demás".
Eso es lo que sucede al columnista de marras, al escribir frases como "Conozco el contorno del alma de Ómar Yepes. Me he asomado, una y otra vez, al abismo iluminado de su conciencia (...)". Fantasías provocadas por la oxitocina que le libera a Montoya Ocampo el pensar en su amigo, porque es bien sabido que el exsenador no tiene alma. Hace rato se la vendió al diablo. Y su conciencia efectivamente es un abismo, oscuro y turbio, mas no iluminado.
Solo el amor podría hacer ver a Yepes como alguien "ingenuo". Con "palabra de oro, "principios éticos" y "fortaleza moral". Este político es todo lo contrario. Es un zorro oportunista con una voraz ansia de poder. Se vio en los alcances de la perversa coalición que formó con su amigo, el fallecido senador liberal Víctor Renán Barco, que junto a Luis Guillermo Giraldo (condenado a cuatro años de cárcel por fraude y falsedad por las irregularidades en la financiación de la recolección de firmas para impulsar el referendo reeleccionista de Álvaro Uribe) fueron los protagonistas del Robo a Caldas, a través de la Industria Licorera (ILC), a comienzos de los 80 del siglo pasado.
Se evidencia hoy con el afán que tiene, desde su cargo como presidente del partido Conservador, de ubicar sus fichas en el gabinete del gobernador encargado Juan Martín Hoyos, y de hacerse una vez más a la ILC y sus recursos.
Se desconoce el por qué ninguna investigación en su contra por delitos como tráfico de influencias haya prosperado, a pesar de las evidencias existentes (desde testimonios hasta grabaciones de llamadas telefónicas en las que él presiona para buscarle puesto a sus amigos en la ILC y la Chec, hecho reportado por la revista Semana el 23 de febrero de 2003 y que se tituló Los casetes de clan Yepes). Sus subalternos, sin embargo, sí fueron procesados y condenados, como lo mostró un perfil de este personaje realizado por El Tiempo, en una nota del 25 de julio de 2010. Por ese trasfondo uno encuentra sorprendente e insultante que alguien como él sea elegido el líder de un partido político, y que el departamento todavía se someta a sus marrullerías.
Si la relación de Ómar Yepes con Caldas se pudiera comparar con el de una pareja, seguramente al tipo ya lo hubieran denunciado al Icbf por abuso intrafamiliar. Pero el amor de muchos políticos y lamesuelas locales por este personaje es ciego. Tal vez se daba a que es el único capaz de darles orgasmos con contratos y chichiguas. En medio de ese arsenal de adjetivos y sustantivos que maneja César Montoya Ocampo para idolatrar al exsenador, también encontrará la palabra para definir a la persona que vende su amor por dinero o favores.
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