Ahora con la aparición de los grandes almacenes parece que su lema es no dejar salir al cliente del establecimiento sin antes escurrirlo. De entrada le ofrecen una tarjeta de crédito de la marca propia, con la cual puede adquirir cualquier tipo de producto; alimentos, vestuario, farmacia, electrodomésticos, agencia de viajes, artículos para el hogar, seguros de todo tipo, llantas y demás servicios para el carro… mejor dicho, todo lo que pueda necesitar un consumidor. Las llamativas ofertas aplican solo para los tarjetahabientes, y como la tarjeta no tiene ningún costo, sin pensarlo dos veces los consumidores se le miden al negocio.
Además le prestan dinero al portador de la tarjetica, con altos intereses y plazos establecidos; la idea es tenerlo bien amarrado al sistema. Las condiciones para pertenecer al maravilloso club de ilusos consumidores son mínimas y es así como engatusan por ejemplo a una familia de escasos recursos para que viajen de vacaciones a San Andrés. Sobre el papel se ve muy sencillo y después de disfrutar el paseo, a hacer fuerza durante tres años para pagar las cuotas. Lo reprochable es que en muchos casos son conscientes de que el cliente no tiene capacidad económica, pero al vendedor solo le importa cumplir con sus metas.
Capítulo aparte es la ordinariez de los artículos que ofrecen; basta saber cuál es la garantía que los soporta para poder calcular cuánto durarán. Todo es desechable y delicado, y un gran porcentaje de lo que exhiben en las góndolas es producido en China. Lo más triste es que antes podían comprarse productos de marcas reconocidas, así fueran más costosos, pero con la seguridad de adquirir algo que duraría mucho tiempo sin presentar fallas, pero en la actualidad ya no importa que la marca escogida tenga prestigio y reconocimiento, porque de igual manera se corre el riesgo que el producto salga defectuoso. Para la muestra un botón:
Hace un tiempo oímos por una emisora de radio la disputa entre varios propietarios de automóviles alemanes BMW, un sello que ha sido garantía de calidad, y el distribuidor autorizado en nuestro país, Autogermana, porque varios vehículos presentaron fallas en el motor y debieron recogerlos para solucionar el problema. Los denunciantes se quejaban por la mala atención, aparte de lo desilusionados que estaban, pues al escoger esa marca esperaban tener carro para mucho tiempo. Le recordé el asunto a un buen amigo bogotano cuando me contó que había comprado una belleza de BMW, pero respondió que ni riesgos, que el carro era una uva y que yo lo que buscaba era aguarle la fiesta.
La idea era mercarse un vehículo nuevo, pero un amigo le dijo que tenía uno usado en la vitrina de Autogermana, con 28 mil kilómetros, y que allá podían darle garantía de que estaba en perfecto estado. Pues recorridos solo 4 mil kilómetros al carro se le encendió el testigo del aceite y debió llevarlo varias veces al taller autorizado para que le realizaran cambio de aceite, de bujías, revisiones y demás gallos, costos que debió pagar de su bolsillo. Como no pudieron dar con el problema resolvieron intervenir el motor, inclusive cambiar los pistones, trabajo que también debía asumir él; después de mucho discutir reconocieron que el problema era de fábrica y procedieron con el arreglo, que demoró 40 días, sin tener la gentileza de facilitarle un vehículo para desplazarse durante ese lapso.
A pesar de que Autogermana garantizó que el carro salía perfecto del taller, trascurridos 24 mil kilómetros volvió a presentar problemas y debieron cambiarle la bomba del agua, el termostato y otros repuestos, lo que costó 3,3 millones de pesos; vuelva y mándese la mano al dril. Al reclamarle al director de servicio al cliente, un señor Morales, que un vehículo de ese costo no debería presentar semejantes daños con tan poco tiempo de uso, respondió que si acaso pretendía recibir mantenimiento de por vida. A los 500 kilómetros el testigo del aceite se enciende de nuevo y otra vez para el taller, donde empiezan con una variedad de pruebas que generan una serie de gastos que debe pagar el propietario.
Después de mucho bregar deciden que es necesario cambiar el motor e insisten en que eso no lo cubre la garantía, por lo que mi amigo les advierte que quien compró el vehículo de agencia es un alto ejecutivo de un medio de comunicación nacional y que está muy molesto con la situación. Ahí sí se asustan y aceptan proceder con el arreglo, y se comprometen a entregarlo un mes después porque el dueño estaba próximo a radicarse en otro país y necesitaba vender el vehículo antes de viajar. Pues pasados cuatro meses no han entregado el carro, nadie pasa al teléfono, no responden correos electrónicos y la única vez que alguien puso la cara, anunció que por la paciencia del cliente iban a entregarle el carro lavado y polichado.
La queja está sustentada con facturas, recibos de pago, fechas, monto de gastos, nombres propios y demás datos, y así se acuda a los diferentes organismos de control nadie responde ni para bolas. Mientras tanto Autogermana sigue tan campante con su publicidad engañosa y en sus vitrinas los marranos hacen fila para dejarse engañar. Lo dicho, aquí lo que falta es helecho.
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