Los días siguientes a la erupción de noviembre 13 de 1985 fueron ominosos para el espíritu. Estuvieron signados por el dolor causado por la tragedia y una sensación de incertidumbre e impotencia, mientras la lluvia interminable empapaba el ánimo. La magnitud de la tragedia humana en el Tolima opacó la que se padeció en Caldas, donde no hubo tantos muertos, pero no por ello lo sucedido fue menos brutal y angustioso.
En Armero, el drama de la niña Omayra Sánchez fue explotado hasta la exacerbación por Germán Santamaría y mandó a segundo plano la inmensidad del cataclismo. De ese modo, muchísimas historias individuales y colectivas que merecían ser contadas fueron ignoradas, por dedicarse a testificar el triste fallecimiento de la chicuela. Las crónicas del periodista bogotano siguen siendo cruel ejemplo de ‘pornomiseria’, método consistente en aprovecharse del dolor ajeno para hacer exhibición de dotes periodísticas.
La percepción de los días se borraba y la primera semana dejó la impresión de ser una sucesión del mismo día. La cantidad de noticias que llegaba sin pausa y el horror que causaba era tan abrumadora, que pareció detener el tiempo. De modo que no sé a los cuántos días de la erupción fui enviado por el director de LA PATRIA, doctor Luis José Restrepo, con la misión de llegar a Chinchiná, que había quedado aislado de Manizales.
En terrenos de Cenicafé habían tendido una garrucha de orilla a orilla del boquete dejado por la avalancha. Era el primer punto de contacto con la población cafetera. Por esos días, la aerolínea manizaleña Aces hacía diez vuelos diarios a Pereira, ida y regreso desde La Nubia, a $1.000 el pasaje, para facilitar las comunicaciones entre ambas ciudades, pues para ir en carro se debía seguir la ruta Manizales-Neira-Filadelfia-La Merced-La Felisa-Supía-Riosucio-Anserma-La Virginia-Pereira, que se recorría en seis o siete horas. Cuando se determinó que el puente de Arauca era seguro, el viaje se ‘acortó’ por esa vía.
El primero en subir a la garrucha fue el gobernador Jaime Hoyos Arango, quien no estaba para aventuras extremas, pero no se arredró. En el segundo o tercero viajes pasamos fotógrafo y periodista de LA PATRIA, quienes llegamos a Chinchiná con una sensación de triunfo como si hubiéramos coronado el Everest. El pueblo era inmenso campamento ocupado por sobrevivientes verdaderos y una multitud de logreros que eran un dolor de cabeza para las autoridades, pues se hacían pasar por damnificados. Se les veía la malicia en la mirada.
De regreso a Manizales, el doctor Luis José me asignó como única fuente de información el recién creado Comité Vulcanológico para monitorear el volcán, en un comienzo bajo la dirección de Pablo Medina Jaramillo y los ingenieros de la Chec, cuando esta empresa era caldense. (En la conmemoración del aniversario de la tragedia no hubo suficiente reconocimiento del voluntariado que prestaron estos profesionales en las primeras experiencias con una actividad que ni siquiera se había oído mencionar en Manizales: la vulcanología). Con el correr de los días fueron sumándose científicos venidos de todo el mundo, quienes convirtieron esta ciudad en hogar temporal de las mentes más brillantes de las ciencias relacionadas con el estudio de la Tierra, que era discutido y explicado en más lenguas de las que se había oído hasta entonces.
En cumplimiento de la misión encomendada, día de por medio a las 5:00 a.m. salía para el Nevado del Ruiz con el fotógrafo Carlos Alberto Sarmiento, en un desvencijado Land Rover que era el carro de la redacción del periódico. En cualquier colina desde la cual se divisara el volcán, era posible encontrar misiones científicas que instalaban equipos de medición telemétrica, los cuales parecían sacados del cine de ciencia ficción. Todos los científicos explicaban pacientemente al asombrado periodista lo que hacían; unos en español y otro con un intérprete que nunca faltaba.
De esa manera se pudo publicar una serie de informes científicos que orientaban a los lectores sobre los trabajos que se adelantaban en el volcán. Fue uno de mis trabajos periodísticos más inolvidables. (A propósito, un alto porcentaje de manizaleños vino a enterarse de que el nevado es volcánico, cuando se reactivó la madrugada del 22 de diciembre de 1984, un año antes).
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