Fue el teléfono el primer artilugio mecánico que se volvió indispensable en los hogares, mucho antes que la nevera y los radios. Cuántas dificultades pasaban quienes carecían de él, en zonas apartadas o en días lluviosos. Debían apelar al propio o muchachito de los mandados para enviar y recibir razones, que a veces llegaban tarde.
Su evolución fue lenta. Todavía en los años 80 en algunas poblaciones caldenses había solo teléfonos de manivela y se debía pedir llamada a una operadora. Y aun en los 90 debía pedirse la llamada intermunicipal.
Ya entonces había aparecido el celular, que no era la elegante tableta de hoy, sino una ‘panela’ más parecida a un inalámbrico que a un celular. Hasta hace poco se pensaba que éste era un complemento del teléfono fijo y que sería usado solo cuando no hubiera uno a la mano.
Pero no se contaba con que tener uno permitiría posar de importantes, ni que sus aplicaciones sacarían de la realidad a más de la mitad de la población. Tampoco con que el servicio pasaría del manejo público al privado, que obtiene ingresos lujuriosamente exorbitantes por hacer lo que le viene en gana con su multitudinaria -y a veces estupidizada- clientela.
Hoy las empresas de telecomunicaciones decretaron la muerte del teléfono fijo: dentro de 25 días numerosos usuarios de telefonía fija vivientes en la zona rural de Manizales quedarán incomunicados, porque Une quiso. Argumenta equipos obsoletos, pero es fácil pensar que la empresa hace el quite a su misión porque no obtiene las ganancias que saca con los celulares.
El alcalde sacó algo del precioso tiempo que dedica a posar para los fotógrafos, para pedir a los empresarios reconsiderar la decisión. Tras la previsible negativa el mandatario dijo que "la respuesta de que con los celulares de Tigo van a arreglar el problema es una respuesta a medias y coja. No entran bien los celulares en la zona urbana, qué van a entrar bien en la rural donde no hay redes", se lee en LA PATRIA del martes pasado.
Para la misma nota fue entrevistado José Miguel Guzmán, uno de los vicepresidentes de Tigo-Une, cuyas respuestas reflejan la mentalidad exclusivamente mercantilista imperante en esa empresa. Si bien reconoció que la telefonía rural hace parte del programa de telefonía social del Estado, se deduce que la responsabilidad social inherente es estatal no empresarial. Como si la filosofía privada fuera máxima ganancia con mínima inversión y cero sensibilidad.
Por eso, que miles de personas que dependen de un teléfono queden incomunicadas por su decisión, "es responsabilidad del Ministerio de las Telecomunicaciones", dijo Guzmán. Une no la tiene.
Cuando la periodista le preguntó si "tuvieron en cuenta que en amplias zonas que hoy tienen telefonía inalámbrica los celulares no tienen cobertura", contestó: "Estamos seguros de que hay soluciones tecnológicas que permitirían llevarle [sic] servicios de telecomunicaciones a esas entidades y hogares". ¿Sí? ¿Entonces por qué no las adquiere Une y demuestra su tan cacareada vanguardia? A lo mejor, porque requiere de algo que allá debe causar pánico: inversión, que disminuye las ganancias fáciles.
Pero la ‘tapa del congolo’ está en la respuesta a la siguiente pregunta: "¿Al tomar la medida analizaron que se perjudicarían colegios, estaciones de Policía y demás instituciones de zonas apartadas, por lo que habrá problemas para garantizar servicios tan vitales como la seguridad?". Y Guzmán respondió: "Precisamente por eso tomamos la decisión". No requiere comentario.
El teléfono fijo no muere. Lo matan, porque mantenerlo vigente está fuera del objetivo de las empresas de telefonía, que no es prestar servicio, sino fingir prestarlo para obtener ganancias puras y duras. No son las únicas.
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Coletilla: Muy aburridor el asunto de los regalos de algunos futbolistas del Once Caldas a su entrenador. Si bien no será ilegal, tampoco es ético, tanto por parte de quienes dieron como de quien recibió.
Deja la sensación de que el regalado es venal y obra en función de dádivas, no de calidad, y que los obsequiosos no ocupan el puesto por aptos, sino por pagar por ocuparlo. Eso molesta a los compañeros, quienes terminan por menospreciar a sus colegas y pierden el respeto por un jefe que parece tener precio.
Vuelven a la memoria los tiempos en que Américo Pérez era técnico del Once Caldas…
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