En apenas siete meses la Corporación Carnaval de Riosucio (CCR) organizó la edición 2017. Era tan poco tiempo que sus directivos quizás no alcanzaron a leer los estatutos aprobados poco antes de su elección. A pesar de la premura, derrotaron el escepticismo que los rodeó y la oposición soterrada, a veces sucia, que parece connatural al montaje de la fiesta.
La presión debió ser mucha, según sus discursos versificados en el Convite (acto final del Precarnaval) y el Saludo al Diablo el sábado, rayanos en el lastimerismo. Y aunque mostraron saber remar contra corriente, revelaron mella espiritual, cierto mensaje de intocabilidad y algo de venganza. Verbo aparte, supieron organizar, lo cual faltó en muchas ediciones, e hicieron producción, de la que no había noción en Riosucio, hasta donde permitió un público forastero acostumbrado a hacer lo que le provoca en tierra ajena. Por vez primera se apeló a recursos digitales. Hubo montajes brillantes como la Instalación de la República del Carnaval en julio, el Convite en diciembre y los desfiles, excepto el de Entrada de Colonias.
En cambio, deslucieron las pantallas gigantes. Debieron ser instaladas al costado de los escenarios y no adentro al fondo, porque su tamaño y brillo, más el precario manejo de un luminotécnico tacaño e ignorante, obligaron a ver el ceremonial a contraluz, como sombras chinescas. En cambio, para la exagerada e innecesaria programación adicional, derrochó luz.
Se cumplieron los horarios a pesar de los aguacerazos, de los cuales no había memoria en tiempos de Carnaval. Solo el Diablo entró más tarde, en medio del frío y los vaticinios de las viejas.
Estupenda idea fue sacar de las plazas lo secundario hacia el Pueblito Carnavalero. Sin embargo, el espacio que dejaron los artesanos organizados fue aprovechado gratuitamente por los informales.
Aun cuando los estatutos de la CCR establecen que el domingo de Carnaval los tablados son exclusividad de las cuadrillas como razón de ser de la fiesta, programaron artistas. Y como “mientras haya aguamasa habrá marranos”, un presentador embriagado de felicidad…u otras cosas, preguntó a una guacherna con síndrome de abstinencia de chabacanería: “¿Ustedes qué prefieren: cuadrilla o música?”, y el populacho abucheó a una de las más tradicionales. Tampoco se estableció ruta cuadrillera y debieron abrirse paso a empellones entre la multitud.
La junta, como gobierno de la República del Carnaval, lució impecable en sus atuendos ceremoniales. El culto externo fue vistoso: Presidenta y Alcaldesa parecían sacerdotisas de un culto que se pierde de vista. Sensación reforzada por la ausencia del rito a la Madre Tierra a través del calabazo.
La efigie del Diablo dividió opiniones por su postura doblegada y sumisa, con una mano extendida que parecía pedir limosna: “Parecía una gárgola de Notre Dame”, sentenció una prima. Como obra de arte fue imponente; como concepto, careció de majestad. Se la orientó hacia la Casa del Carnaval (¿suplicaba?), cuando la tradición ordena que vigile las dos plazas. Fue quemado; debió serlo una figura sustituta, para que la principal quedara oculta como símbolo de la vigencia del Carnaval. Incinerarlo anuncia la probable muerte del ceremonial, comentó el investigador Julián Bueno.
La gran obra de teatro callejero pudo (y debió) tener final apoteósico, según preludió la vibrante y sarcástica lectura del Testamento, pieza final de la literatura matachinesca, que conducía directo a la quema del Diablo y fin del festejo. Pero un discurso protocolario cortó la secuencia. ¿Por qué no fue pronunciado al comienzo, con dos más que hubo?
Interrogantes aparte, el resultado del Carnaval 2017 es satisfactorio, porque hubo progreso formal evidente. No fue el despelote de ediciones anteriores y se vislumbra un comienzo de organización, impulsado por la junta, a pesar de la premura. El reto es devolver sentido al rito antes de que se pierda.
Al comandante de Bomberos de Riosucio: como carnavalero de vieja data, a usted debió dolerle impedir que los desfiles circundaran la plaza de San Sebastián, como símbolo de acogida. Había que prohibir lo seguro para prevenir lo probable, una eventual evacuación, pues solo una de las siete bocacalles es estrecha. ¿Por qué no impidió también que una horda de jipis se apoderara de la vía más ancha del sector, para vender chucherías? ¿Por respeto a la diferencia?
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