Durante decenios los caldenses se ufanaron de contar con abundantísimas aguas. En Manizales gozaban de uno de los mejores acueductos del país, en cantidad y calidad. Como creían que el recurso era ilimitado, dejaban grifos abiertos donde los había; donde no el líquido corría libremente; lavar el carro era programa familiar y los niños hacían guerra de bombas de agua.
Solo en Salamina escaseaba y, por contraste, en Marmato había cinco pequeños acueductos, casi todos destinados a lavar el oro. Si en otros pueblos había problemas, no era por falta de linfa sino por limitaciones de las redes. Pero gobernadores y alcaldes de aquellos tiempos, que trataban de gobernar, buscaban soluciones.
Por eso, cuando aparecían noticias relativas a sequías en otras partes, los caldenses solo murmuraban: “¡pobrecitos!”. Creían que eso nunca pasaría acá. Bastaba con subir a las cordilleras para ver arroyos difíciles de vadear, o hacer paseo de olla para arriesgar a ahogarse en una quebrada. Suban ahora, y cruzarán los cauces con un saltito de monja; o traten de encontrar agua para hacer el sancocho.
De a poco, pero inexorablemente (quizás irreversiblemente), Caldas va convirtiéndose en un desierto y los caldenses ni se dan por enterados. Sus políticos menos: si son candidatos, la conservación del agua no figura en sus discursos de campaña. Aflora solo cuando hablan a comunidades que no la tienen suficiente o de buena calidad; no como programa de gobierno, sino como una pobre expresión de deseos, nada más por calentar orejas y captar votos.
Si salen elegidos, su misión no es gobernar sino estirar recursos para construir una que otra obra, sobre la cual pegar la placa que perpetúe lo que no hicieron, siempre y cuando no mengüe los destinados a sus bolsillos o los de sus compinches. Y si sube alguno capaz, honrado y comprometido (¿seré muy exigente?), como Guido Echeverri, se irá su periodo defendiéndose del que se ofende por ser decente y querer trabajar.
El agua no moja a los políticos. O se les escurre por entre los dedos, mientras la región se reseca. El pasado 19, en Salento, el ingeniero Gonzalo Duque Escobar analizó la situación hídrica de Caldas, cifras en mano, durante el Tercer Encuentro de Responsabilidad Social con el Territorio.
(Muy querido él, me envió la ponencia, de la cual solo pude entender que la cosa es preocupante. Eso sí, conocí expresiones como: “sistemas de inocuidad alimentaria”, “eutrofización”, “descargas de aguas residuales domésticas en centros poblados” -me parece que son alcantarillas-; “clima bimodal”, “glacis”, “variabilidad climática interanual”, “luz solar incidente”, “licuación y secuestro de carbono” y otras que no uso aquí porque aún no sé qué significan).
Entre lo poco y nada que capté, resalto que mientras en el departamento “la superficie apta para potreros es el 4% del territorio”, se usa el 49%. En cambio, solo en el 30% hay bosques cuando debería haber en el 50%. El porcentaje será cada vez menor, pues la minería se expande con gran demanda de maderas para entibar socavones, de donde salen pingües ganancias... solo para los dueños de minas, pues las cuatro quintas partes son ilegales. Explotaciones que contaminan con mercurio las aguas de las cuencas del río Chinchiná y las que “bañan” a Marmato y Supía.
Pero Gonzalo no mencionó que los políticos estimulan el desperdicio en algunos pueblos, por cobrar tarifas de $3.500 mensuales, incluso a familias de nueve personas. Cobro que a la postre será costoso, pues deben pagar llegue o no el agua.
Caldas está abocado a hacer lo que hoy en Shanghái: destinar gran porcentaje de sus recursos a potabilizar agua usada, pues las fuentes ya se secaron. En Australia están a punto de hacer lo propio y ya amenazaron con multar a quienes se bañen durante más de cinco minutos. Con un agravante: aquí no hay recursos ni mentalidad. Y los políticos se opondrán a cualquier medida por no incomodar a su hipotético electorado.
Cuando no haya más agua, se impondrá el desaseo de los conquistadores españoles sobre la pulcritud de los antepasados indígenas, cinco siglos después. ¡Para consolarse, cuántos caldenses (iba a decir manizaleños) se sentirán más europeos porque tienen chucha y pecueca! Y los políticos regionales serán más sucios que nunca... si es posible.
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