Una de las definiciones que la Real Academia Española ofrece para la palabra Patrimonio es la de "Hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes", En otras palabras, cuando hablamos de un patrimonio cultural, histórico o natural, hacemos referencia a un bien que recibimos como herencia, que generaciones anteriores construyeron, descubrieron o preservaron, pero no solo para nuestro disfrute, sino para la consecuente preservación, a fin que nuestros descendientes lo gocen en la medida de lo posible.
Este diario publicó el domingo anterior una nota que tituló "Capilla entre ruinas del Macroproyecto San José", y en ella retrató, de nuevo, los efectos que ha tenido (sociales, económicos, culturales… morales, colectivos, individuales…) un proceso de renovación urbana, por demás necesario para la ciudad, pero lamentablemente lesivo en el balance de resultados que hasta ahora se dejan ver.
La capilla de Nuestra Señora de la Estrada, no reconocida oficialmente como patrimonio hasta ahora, es sin duda un legado de las cuatro o cinco generaciones que nos anteceden, y encarna además la herencia de quienes decidieron hacer vida en estas montañas: arrieros y colonos decididos y esperanzados, sacerdotes y religiosas comprometidos con sus misiones, maestras que más que letras enseñaban de solidaridad y respeto… todo lo que hoy podría decirse, no se vive en la comuna San José, al menos no respecto de la manera como la ciudad entera mira hacia la comuna.
Absalón Machado, en la presentación del Informe Nacional de Desarrollo Humano de 2011, sugiere que nuestro país entró a la modernización sin haber resuelto los problemas de base, asumiendo un modelo de desarrollo que le rinde "más culto al mercado que al Estado" y en consecuencia, amplía brechas entre grupos sociales. Desde lo nacional, Machado aplica esas sentencias a la relación entre lo urbano y lo rural, pero traídas a la escala de nuestras ciudades, perfectamente aplican a las relaciones entre estratos o grupos sociales que las habitan.
Volver la mirada hacia un edificio que puede llevar cerca de cien años de construido, que tiene un inmenso valor arquitectónico, pero más allá de eso una carga histórica y simbólica, debiera ser, por decir lo menos, obligación del gobierno local y demanda de la ciudadanía.
Pero la edificación tiene una ventaja: es tangible, se puede ver y tocar, se le notan las grietas y el deterioro. No corren con la misma suerte las familias de la comuna, que también tienen una carga de valor histórica, simbólica, cultural y social. A ellos también le debemos la realidad de Manizales hoy, susceptible de mejorar sin duda, pero soportada en el cimiento de valores, conocimiento y riqueza, que en buena medida se produjeron por décadas en la comuna San José. Pero a ellos, no se les ven fácilmente las grietas en el alma. Quizá en los rostros, pero dudo que se alcancen a percibir mientras se pasa acelerando por lo poco que hay de lo que llamamos Avenida Colón.
Hay que celebrar y apoyar todas las iniciativas que nos ayuden a construir una ciudad moderna. La renovación urbana, reitero, es necesaria para el desarrollo de nuestra ciudad. Pero la búsqueda de lo moderno no tiene que desconocer, y menos pisotear la herencia, que ha sido nuestro cimiento. Una fábula cantada por Silvio Rodríguez cuenta la historia de tres hermanos, uno de los cuales mantenía, como buen visionario, la mirada fija en el horizonte. Lamentablemente, la mirada en el futuro no le permitía ver los obstáculos, y dice la canción que "…revolcado siempre se la pasó/y se hizo viejo queriendo ir lejos/a dónde no llegó..." ,
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