En una columna reciente me referí a un movimiento social reivindicativo denominado "La Marcha de las Putas". Las marchas, como forma de expresión, parecen estar tomando fuerza como instrumento de expresión política, reivindicación y resistencia, además de visibilidad de fenómenos sociales signados por la exclusión o la marginación. Me refiero en esta ocasión a la marcha con la que se conmemoró el denominado "Día Mundial del Orgullo Gay".
En mi opinión, que puede no tener suficientes argumentos, considero algunas expresiones un tanto exageradas y predecibles, pero también entiendo que la exageración es una forma de llamar la atención, legítima en todo caso. Pero más allá de eso, creo que la sociedad debe defender los derechos de todos los individuos, sea cual sea su condición o preferencia sexual, y que la contribución de los individuos a las sociedades no está mediada por su condición sexual, de ahí que debamos reconocimiento a grandes hombres y mujeres que, al margen de sus preferencias sexuales, hacen grandes aportes en los campos de la ciencia, la política, el deporte… o que incluso viviendo una vida "corriente" hacen parte fundamental del engranaje que nos mueve como sociedad.
Debo decir que me parece destacable el hecho que la institucionalidad reconozca el derecho de un grupo social a expresarse, y lo apoye. Pero no deja de haber contrastes. Unos días después de realizarse la marcha del "Orgullo Gay", un grupo de policías condujo hasta su CAI a un par de jóvenes que se abrazaban en el Parque Ernesto Gutiérrez de Manizales. No tiene mucho sentido que un día se les abran las calles para un desfile y un par de días después se les conduzca como delincuentes.
Anticipando la reacción de muchos, advierto que no defendería de una pareja gay, ni de una heterosexual, cualquier comportamiento que pudiera escandalizar o vulnerar los derechos de los demás. Conocedor del hecho particular que refiero, puedo asegurar que no se trataba de ninguna situación escandalosa, al menos no como las que suelen verse cuando cientos de personas se emborrachan en la vía pública en una cabalgata, o cuando personal uniformado corteja adolescentes en las calles.
Uno de dichos jóvenes es miembro de mi familia, y de él me enorgullezco por muchas cosas, independientes de su opción sexual. Pero conociendo la situación, como ciudadano indagué por las circunstancias y el procedimiento policial, a lo cual los uniformados solo respondieron con la misma arrogancia e irrespeto con que habían procedido, negándose incluso a explicar el procedimiento, a sustentar sus acciones y a identificarse, obligaciones mínimas de un funcionario público, más aún de un grupo de policías, que rezan constantemente en su código de ética su obligación de servir a la sociedad y defender los derechos de "…libertad, igualdad y justicia de todos los hombres".
Tengo presentes los comentarios (insultantes la mayoría) desplegados en los portales de los medios que cubrieron las marchas en Colombia. Presumo que opiniones similares despertará esta nota. Pero, lejos de la pretensión de hacer apología de ciertas opciones sexuales, lo que propongo es una reflexión sobre las cosas sobre las que deberíamos sentir orgullo. En mi opinión, la opción sexual no es una circunstancia particular de la cual sentirse orgulloso. Orgullo debería sentir una sociedad, un pueblo o ciudad que no deje campo a la hipocresía, y que reconozca que los derechos de los individuos, su dignidad y el respeto por sus libertades es el mayor tesoro que se puede guardar.
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