Hace apenas un par de días, el Ministerio de Educación Nacional presentó el Modelo multidimensional de medición de la calidad de las Instituciones de Educación Superior en Colombia -MIDE-. A partir de este nuevo modelo de medición, circuló en medios el resultado que ubicó a universidades y otras instituciones de educación superior, en un listado que las ordenaba de mayor a menor en cuanto a sus atributos de calidad.
No cabe duda que es conveniente ser evaluados, y mucho más corresponde evaluar la calidad en los procesos de las entidades cuya razón de ser es la generación de conocimiento y la formación de seres humanos útiles a la sociedad. Ser evaluados contribuye a que las instituciones reflexionen sobre sus aportes a los procesos de su territorio y del país. Lo que no estoy convencido es la utilidad de ser comparados. No son pocas las reacciones frente a los modelos comparativos, porque asignan atributos de "mejores" o "peores", que en ocasiones resultan riesgosos y fácilmente cruzan los límites de la subjetividad. Adicionalmente, los propios criterios de comparación suelen entrañar inequidades, y más aún, contribuir a ahondarlas.
Por eso ha generado y generará ampolla el hecho de publicar listados comparativos, que para el caso particular no solo produce sentimientos de satisfacción o frustración, según la ubicación de cada quien, sino que además puede desviar la atención de lo que es realmente estructural. Porque la pregunta no debería ser dónde quedó ubicada cada institución, sino cuáles son los factores deficitarios en la calidad de los procesos misionales de la Educación Superior, y cuáles deben ser la claves de la política pública para reforzar los factores favorables y transformar los débiles. Estas y otras acciones desde el Ministerio no parecen dar luces hacia el fortalecimiento de la calidad de la Educación, sino muestran un afán por la competencia y la comparación cuantitativa, que así como se lo impone al sistema nacional, es el referente de comparación con el que el Gobierno quiere medirse en el contexto internacional.
En el afán por las cifras, puede estarse desconociendo la necesidad de atender desde la política y la institucionalidad, las condiciones estructurales que atentan contra la calidad de la Educación Superior.
Pero, reitero, no trato de negar el valor de la evaluación y la necesidad de instrumentalizarlo a través de modelos e indicadores. El mismo modelo MIDE puede ser bastante provechoso para la reflexión sobre los procesos misionales de las universidades, lo que no debe es ser utilizado para ahondar las asimetrías.
Uno de los criterios de medición en particular, me parece peligroso desde distintas perspectivas. Dentro del factor "Graduados", uno de los indicadores es el salario de enganche, que trata de medir la disponibilidad (diferencial) del mercado laboral para pagar por los egresados de las distintas universidades. No es extraño que este sea un factor diferenciador, pero lamentablemente no es un secreto para nadie que tanto el enganche laboral, como la ubicación en las jerarquías de la institucionalidad pública y privada, y la asignación salarial ofrecida a cada profesional, no obedece exclusiva y linealmente al programa cursado o a la universidad de la cual se egresa. Pero esto puede ser un aspecto de forma. De fondo, el peligro que veo en indicadores de este tipo es que privilegian como medida algunas condiciones que no estoy seguro nos conduzcan por el camino que debemos transitar como sociedad.
Pretender comparar el salario de enganche de los egresados de universidades privadas de la capital del país con el de las demás universidades debería ser motivo de análisis del Ministerio para ayudar a reducir las brechas, y no presentarse como un factor de competencia, para que como dice la Ministra, los estudiantes y sus familias "escojan mejor" dónde quieren estudiar. La tendencia del programa "Ser pilo paga" muestra que ese es un factor de competencia que las políticas actuales están propiciando.
Si la RAE define la calidad como el "conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor", cabe la reflexión sobre el conjunto de valores que este tipo de mediciones y comparaciones privilegia. Si antes que la competencia fomentaran la solidaridad, entre personas e instituciones, este y otros índices nos conducirían hacia una sociedad mejor.
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