Como parte de su estrategia de publicidad y generación de favorabilidad con la población, el Ejército de Colombia ha utilizado en medios de comunicación la frase "Los héroes en Colombia sí existen", que de hecho ha calado tanto que diversas campañas de organizaciones privadas o de la sociedad civil le dan el calificativo de héroes a los combatientes de las fuerzas institucionales, especialmente a los heridos o muertos en combate. Y no cabe duda que arriesgar su vida o su integridad corresponde con una acción realmente heroica.
Un héroe, por definición, es una persona destacada por sus hazañas y sus virtudes, al menos así lo señala la Real Academia Española, que también sugiere que los héroes son personajes de "carácter elevado". Es claro entonces que no son solo las hazañas las que les adjudican el carácter heroico a los personajes, sino sobre todo lo virtuoso de las acciones. Claro está que en la subjetividad natural que tienen los adjetivos, lo que puede ser virtuoso para unos puede ser más que defectuoso para otros. Las "hazañas" de individuos y grupos extremistas son claro ejemplo de ello.
Pero, de nuevo, si fuese solo la hazaña la que imprime el carácter heroico, varios de los sicarios tristemente recordados en la historia de Colombia de los 80 y los 90, deberían haber recibido esa denominación, porque sin duda ejecutaron considerables hazañas y fueron exitosos en sus cometidos, pese a que sus propósitos no fueran para nada virtuosos. Por extensión, pero sin pretender comparar, lo que convierte en héroe a un miembro de la fuerza pública no es la efectividad de las acciones militares ni la suma de muertos que lleva a cuestas por su operatividad. Lo heroico, por lo virtuoso, es entender que el uso de las armas, amparado en la Constitución y las leyes, es para defender la soberanía del territorio nacional y garantizar la paz en él, y no para legitimar y perpetuar la guerra.
La imagen que vimos recientemente, en la que un grupo de generales de la república se sentó a dialogar con los comandantes de las Farc, da muestra de una innegable virtud de la institucionalidad, y es reconocer antes que nada su obligación en la construcción de un Estado, lo que no se hace disparando. Contrario a la opinión de varias personas, considero que el viaje de los generales a La Habana no desconoce ni demerita su dignidad y su honor militar, en lugar de ello lo enaltece. Pedir que se use la fuerza y se dispare es el recurso fácil. Pedir que se reflexione, se dialogue y se apoye la construcción de una sociedad justa es el reto. Deponer los dolores y el coraje propio de tener en frente a los victimarios de miles de sus compañeros, en virtud de un propósito superior como el de la construcción de paz, le da a estos militares el "carácter elevado" del que hablaba la RAE para definir la palabra héroe.
Ese mismo carácter elevado lo han mostrado cientos de hombres y mujeres víctimas, que han expresado un perdón sincero a sus victimarios, que no significa olvido, sino el propósito de pasar la página, superar los dolores y reclamar la verdad, para garantizar que los hechos no se repitan. Guardar rencores y clamar venganza no tiene nada de heroico, tampoco lo tiene reclamar la confrontación cuando no se expone el propio cuerpo.
En un país que vive muchas guerras y no una sola, se necesitan muchos heroísmos, que no son hazañas temerarias, sino la virtud y el carácter elevado de no aprovecharse de fuerza, poder o privilegios, de denunciar la corrupción, de proclamar y reclamar la verdad en todo tiempo. Heroísmos silenciosos y prudentes, como el de los generales que fueron a La Habana, el de los defensores de derechos humanos, el de las activistas de la equidad de género, el de los promotores de la cultura, el de profesores que lo son por convicción. Heroísmos que permiten pensar que la paz es posible, porque por fortuna, en un número mucho mayor que el de los militares, los héroes en Colombia, sí existen.
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