Algunos de nosotros recordaremos la trilogía de "Volver al Futuro", famosa a finales de los ochenta. De manera particular, la segunda película de la serie desarrollaba su argumento en el mes de octubre del año 2015, en medio de hologramas, patinetas voladoras, aparatos de videoconferencia, lectores de huellas y vehículos movidos por biocombustibles. A pocos días de iniciar el año que imaginaban Robert Zemeckis, Bob Gale y Steven Spielberg en 1989, algunas de las cosas parecen hacerse tangibles, como si su creación tuviera características de predicción.
Otras películas "futuristas" han presentado historias menos divertidas y de características más dramáticas, "apocalípticas" incluso varias de ellas. Producciones como "Niños del hombre", "El precio del mañana", "Los juegos del hambre", entre otras tantas, desarrollan historias de diferentes características en medio de un contexto relativamente similar: los desastres ambientales, las guerras, el hambre u otros factores han causado una segregación de los grupos humanos, mayor a la que ya vivimos, dejando de un lado a quienes tienen libre acceso a bienes y servicios que ofrece la porción "buena" del mundo, y del otro lado a la inmensa mayoría, viviendo en un mundo hostil, inseguro, contaminado y pobre.
Con sobradas razones, muchos piensan que el avance de la tecnología permitirá ver muchos de los desarrollos que se imaginaban en las películas de los 80 y 90, e incluso la realidad parece superarlos. En lo personal, sin comulgar con las visiones apocalípticas, considero que también aquellas ideas sobre un mundo segregado y abismalmente desigual en el futuro, se van haciendo realidad con el paso de los años.
Mucho se insiste en la necesidad de combatir las inequidades y cerrar brechas en los países, pero los esfuerzos de los últimos 30 años parecen inútiles, porque el desarrollo de las ciudades y sus andamiajes productivos, económicos, gubernamentales y de servicios en general muestran cada vez más concentración del capital y de los medios que posibilitan el acceso al mismo. Hoy día, 70 ciudades del mundo concentran 8% de la población y 18% del PIB global, y la aspiración de los ciudadanos, en términos generales, no es la de contribuir a la redistribución y la generación de otros modelos de ocupación, sino que la mayoría anhela ocupar un lugar, aunque fuese marginal, en alguna de esas ciudades que mantienen tendencias de crecimiento. En muchas de estas ciudades, especialmente las latinoamericanas, se hacen evidentes las segregaciones entre quienes son dueños del capital y quienes trabajan por un ingreso, para que el capital siga creciendo. La amplitud y ornamentación de las calles, los materiales de las viviendas, el tipo de productos dispuestos en los supermercados, el tipo de vehículos, la proximidad de oficinas bancarias, entre muchos otros factores, dan clara idea que dentro de cada una de nuestras ciudades coexisten "colonias" distintas, aunque todavía no tengamos levantados muros y compuertas entre ellas.
A menos que reaccionemos, seremos partícipes de una segmentación que ya empieza a verse en muchas de nuestras ciudades, al pararse en una avenida y detallar las diferencias que se hacen evidentes a cada lado de ella. Del mismo modo, lo deseable hoy es vivir en un sitio delimitado por una reja, un aspecto apenas lógico ante las condiciones de inseguridad, pero que también demuestra que nuestra acción natural es la de protegernos, no siempre la de ayudar a que la condición sea distinta.
El presente que vivimos está marcado por la inequidad, y esta sin duda muestra una tendencia ascendente. La reflexión que debemos motivar es acerca del futuro que estamos cimentando, y si solo miramos de manera indiferente la concentración, con la aspiración de quedar del lado más favorable, o si podemos ayudar a construir un escenario en el que estemos dispuestos a tener un poco menos, siempre que haya más equidad para todos.
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