No tengo duda de lo "chocante" que puede resultar la denominación de una movilización social que se autoproclama como "La marcha de las putas". En países como el nuestro, solo el nombre logra escandalizar, lamentablemente en un nivel muy superior a lo que escandalizan los ataques con ácido, la violencia de género, los abusos sexuales y en general la discriminación que, entre otras cosas, justifica lo anterior. De hecho, la movilización tuvo su origen en la reacción a las palabras discriminatorias de Michael Sanguinetti, un policía canadiense que en un seminario sobre seguridad ciudadana en 2011 se atrevió a decir en público lo que muchos piensan o dicen en privado: Que las mujeres deberían evitar vestirse como putas si no quieren ser víctimas de la violencia sexual.
No hay mucha diferencia con las palabras del propietario de "Andrés Carne de Res" a finales del año anterior. Independiente del curso de los hechos y de las evidencias que la justicia haya acopiado sobre niveles de responsabilidad en el caso particular, sus palabras dejaron ver que -para él y para muchos- el atuendo puede ser uno de los justificantes del abuso. Solo los hombres de mente estrecha pueden considerar que las decisiones de las mujeres sobre su atuendo giran alrededor de un pene.
Por eso, en varias ciudades de Colombia, como en muchas otras del mundo desde 2011, se vivió "La marcha de las putas" entre el último día de mayo y el primero de junio. Quizá no tuvo suficiente exposición mediática por algún nivel de censura, porque no se considera un hecho noticioso, o porque la agenda estaba copada por el triunfo de nuestros ciclistas en Italia, que se sellaba el mismo fin de semana. Pero incluso en las celebraciones del Giro se hace evidente el machismo que de fondo justifica las palabras de Sanguinetti, Jaramillo y muchos hombres y mujeres en el mundo.
Es absurdo que las representaciones del poder de la victoria y el premio merecido por el triunfo sean, además de las flores, el trofeo, el podio y el champán, un par de mujeres besando al ganador de la jornada. Nunca Luz Mery Tristán o María Luisa Calle, cuando corrían por Colombia en cualquier carrera del mundo, fueron besadas por dos apuestos y musculosos modelos, como nunca verá Mariana Pajón, o cualquier deportista mujer, que parte de la representación de su logro sea el beso de un par de íconos de la belleza masculina occidental.
Puede parecer irrelevante (quizá por eso no se nota), pero la aparición de las modelos europeas al lado de nuestros corredores apenas genera algunos chistes, casi nada de reflexión.
En lo personal, me resulta más "chocante" la validación del machismo que el nombre de la Marcha, que solo genera reflexiones, por sus denuncias y sus consignas. Una de ellas rezaba "El machismo deshumaniza", y le cabe toda la razón cuando vemos a las mujeres ser utilizadas como trofeo, como instrumento o como arma de guerra. En contraste, no le puede asistir nunca la razón a quien llegue a considerar que en algún caso de abuso o violencia, la culpa sea de la víctima. Como cuando uno de nuestros líderes decía que unos jóvenes asesinados en indefensión "… no estarían cogiendo café…" .
Al margen, y porque es casi ineludible, un comentario sobre lo que puede venir después de las elecciones. Lamentable sin duda el curso de la contienda, pobre de argumentos y abundante en agresiones. Tampoco hay que esforzarse en trazar diferencias entre candidatos (bastante parecidos y cercanos en el pasado). Absurdo pensar que uno encarna el bien y el otro representa el mal. Pero sí asusta pensar en un país polarizado, violento y de pobre cultura política, donde además se pierda (más que siempre) el balance de poderes. Un mismo jefe en el ejecutivo y el legislativo, no ha de tardar mucho en intentar -de nuevo- dominar las altas cortes.
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