Durante los últimos tres años hemos presenciado una batalla (jurídica y mediática) entre el alcalde de Bogotá y sus contradictores. Varios de los problemas estructurales de esta y otras ciudades han sido objeto de intervención de la actual administración distrital: la gestión de residuos sólidos, los problemas de movilidad y de la malla vial, el ordenamiento territorial, entre otros, son temas que el alcalde y su gabinete han afrontado, en algunos casos con medidas innovadoras, en otros tratando de llegar a la médula del problema y en otros con absoluto populismo y afán mediático. Lo lamentable de todo esto es que mientras la batalla se libra en las plazas, en los medios o instancias judiciales dentro y fuera del país, los problemas siguen sin resolverse, la sensación de caos crece y la polarización de los ciudadanos se incrementa.
Confieso que tanto el buen desempeño de Petro como congresista, como su discurso de posesión sobre la "Política del Amor" me llenaron de motivación y hasta de cierta envidia. Pero parece que el "primer amor" de Petro es el amor propio, que le ha enceguecido al punto de promover el odio contra quienes le cuestionan, al mejor estilo de otros líderes del país que aparentemente están en orillas opuestas.
La última de sus imprudencias ha sido la iniciativa de construcción de vivienda de interés prioritario en zonas de estrato 6. La considero imprudencia, no mala idea, porque bien pueden encontrarse argumentos suficientes para respaldarla o desalentarla. Lo claro es que se obra con imprudencia cuando no se propone un debate público convocando a los distintos sectores, para que en el marco de la democracia, se controlen los riesgos y se potencien las virtudes.
También considero imprudencia pretender crear condiciones de igualdad desde una decisión gubernamental, cuando las dimensiones de la injusticia cruzan más por la inequidad que por la desigualdad. Lo que propicia verdaderos entornos de paz y convivencia entre seres humanos no es ser tratados como iguales sino de manera equitativa. Sin duda, somos iguales en derechos, pero diferentes hasta la individualidad en cuanto a la expresión de nuestras satisfacciones.
Apelando a la igualdad bien pueden compartir espacio en un sector de estrato alto de Bogotá las familias de distintos niveles de ingreso. Pero ¿será equitativo el acceso a servicios? ¿podrán los hijos de unas y otras familias estudiar en colegios cercanos a sus casas? ¿más aún, recibirán la misma calidad en el servicio educativo? ¿Podrán transportarse con las mismas facilidades? ¿comprarán la misma comida o al menos en similares condiciones de calidad?
Ahora bien, estos problemas, los estructurales, no se le pueden asignar a Petro ni aparecieron en la capital en los últimos tres años. Bogotá es el reflejo de todo un país, que no solo es desigual sino inequitativo, es decir injusto, pero paradójicamente en equilibrio.
Digo en equilibrio, porque de ambos lados de la balanza, aunque el tamaño de la población es distinto, el "peso" es el mismo. Los economistas aluden con frecuencia a la representación cuantitativa que 99% de la población vive con lo mismo que acumula el 1% restante, y mientras eso ocurra, aunque nos parezca injusto, permaneceremos en equilibrio.
Sin duda la propuesta de Petro es imprudente en la forma en que se presenta, pero no debe por ello dejar de notarse que la desigualdad y la inequidad son problemas que deben abordarse integralmente, y que mucho de responsabilidad tienen quienes están del otro lado de la balanza, que no quieren moverse para evitar el desequilibrio. Resulta sencillo criticar la ineficiencia del Estado para combatir la pobreza, mientras cómodamente aceptamos que haya zonas de nuestras ciudades donde no se cubren todos los servicios, donde se vive hacinado, donde los niños pueden y deben trabajar, donde la informalidad favorece la ilegalidad, donde viven personas que trabajan sin prestaciones sociales, sin vacaciones y sin posibilidad de ahorro. Conviene además que sean muchos, porque a medida que aumentan en cantidad, mantienen equilibrada la balanza con los pocos que del otro lado aumentan su capital.
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