Era común que en las ciudades y poblados pequeños la muerte cargara de relevancia y significados el recuerdo de la persona que partía, en ocasiones por sus aportes, por su rol, por su visibilidad, por el peso de sus apellidos o por el simple desconcierto de la muerte. Lo digo en pasado porque quizá por la globalidad y las prisas de hoy, por el incremento de la longevidad, por la sucesión de afanes y noticias o por una menor relevancia del sentido de la muerte y de la vida, la novedad de una muerte parece producir cada vez menor impacto.
Pero no fue así con la muerte reciente de Tulio Marulanda. No solo por lo que digan los periódicos o las redes sociales, sino por el verdadero sentimiento que genera, la muerte de Tulio ha sido una verdadera noticia. Pero no lo ha sido en el sentido del pesar por la partida, lo ha sido en sentido de celebración por la vida que dejó sembrada. En medio de tanto desprecio por la vida y de tantas vidas arrebatadas sin haber sido vividas, tiene un sabor distinto la muerte que llega como transición de una vida plena. Sin duda pudieron ser muchos años más los de Tulio en esta tierra, pero no puede decirse que faltó vida por vivir y sobre todo vida por sembrar. Las declaraciones de familiares, amigos, compañeros de trabajo o alumnos son el reflejo de una vida que se recuerda en sus aciertos y desaciertos, como debe ser recordada una vida humana: en su plena humanidad.
Hasta el último de sus días, personas como Tulio, que hicieron de la formación su vida misma, nos entregan lecciones. Cuando nos colman de indignación y vergüenza las muertes violentas, que no pueden ser otra cosa que la consecuencia natural de las vidas vividas en guerra, nos consuelan al tiempo las muertes pacíficas, las de las vidas vividas verdaderamente, en paz, en alegría, en completa humanidad y en innegable libertad y dignidad. Mucho más allá de su desempeño profesional, sus reconocimientos, su cargo, sus apellidos o sus logros, el valor de su libertad y dignidad y la defensa de las libertades y las dignidades de los otros, cargaron de significado la vida de Tulio Marulanda.
Para muchos es una lástima la partida de Tulio días antes de recibir un merecido homenaje por parte de la Universidad de Caldas, pero no son los protocolarios los homenajes relevantes. El verdadero homenaje ha de ser seguir su ejemplo en el reconocimiento, el respeto y la solidaridad por los otros. No valdrá hacer un monumento en su nombre, si no reflejamos sus convicciones. No encontrarán sentido los discursos y notas en torno de los logros de su persona en particular, si no transmiten su empeño en otorgarle valor a la vida de la humanidad en general.
Ojalá no se le ocurra a nadie hacer una estatua de Tulio en la Universidad de Caldas, porque las estatuas son solo fríos referentes, muertos además, de quienes hicieron algo significativo por la vida de todos, y como dijera un poeta argentino, "…no puede caber una vida adentro de una ausencia".
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