Nos enteramos hace pocos días que el ministro de Hacienda de Colombia, Mauricio Cárdenas, fue escogido por la revista británica "The Banker" como el Ministro del Año en América Latina. En la misma semana, el Diario Oficial francés anunció que Thomas Piketty, que parece el economista de moda, fue reconocido por el gobierno de su país con la Legión de Honor, una distinción que se entrega desde la época de Napoleón. Una de tantas diferencias que han de existir entre los dos economistas, es que el segundo rechazó su designación, argumentando entre otras cosas que en lugar de adjudicar distinciones (o pretenderlas), los gobiernos deberían centrar sus esfuerzos en resolver los problemas de la economía y la distribución de la riqueza.
No puedo decir que es inmerecido o irrelevante el reconocimiento al ministro colombiano, pero tales honores, que han ostentado varios de nuestros ministros, al parecer no han servido para más que para exhibirlos en campaña presidencial, como parece ser aspiración del actual ministro. Tener a los ministros más destacados, e incluso ser una de las economías de mejor desempeño de la región, no nos ha permitido superar la inequidad y la concentración de riqueza y poder.
En la misma semana el economista jefe del Banco Mundial, Kaushik Basu, publicaba un análisis sobre el estado global de la pobreza, y en una de sus reseñas, divulgada por el diario El Espectador (6 de enero), planteaba que parte del problema en la superación de la pobreza es que quienes trabajan por ello ni siquiera la conocen de cerca. Señalaba Basu que "Si la pobreza fuera transmisible, su incidencia a esta altura, sería mucho más baja".
No se trata de si un ministro o un académico conocen las claves para la superación de la pobreza, se trata de la voluntad política para emprender los cambios que realmente se requieren para nivelar las cargas. Sin duda, son meritorios los esfuerzos de los gobiernos por activar la economía, generar empleos impulsando por ejemplo la construcción, y por esa vía proporcionarle un ingreso a familias que lo necesitan para subsistir. Pero esto no resuelve los problemas de fondo. El salto a la fama de Piketty se debe a sus tesis, que por su obviedad no deberían sorprender a nadie. Simplemente sugiere centrar la mirada en la inequidad, pero mucho más allá de la diferencia de ingresos, que ya es bastante vergonzosa, pero no menos que la diferencia entre personas de acuerdo a su patrimonio heredado y los activos bancarios.
En otro artículo de final del año, Jorge Téllez hablaba de la "Deuda de los economistas", aludiendo a la falta de "audacia, versatilidad y pragmatismo para enfrentar con decisión los grandes problemas nacionales de carácter estructural". Más allá de inequitativa, tildaba de injusta una economía en la que un ejecutivo gane, por ejemplo, $30 millones mensuales, mientras que un obrero obtiene por su trabajo poco más de $600.000. Tales diferencias suenan vergonzosas, pero son menores si se piensa que mientras el primero podrá consolidar con tal ingreso un futuro promisorio para sus hijos, el segundo no podrá superar nunca el límite de la pobreza, y estará agradecido con mantener el trabajo que le permita al menos sobrevivir. Si partieran del mismo punto, uno de los dos podrá terminar sus días laborales con casa, carro y ahorros en el banco. El otro, a lo sumo tendrá una cuenta bancaria para recibir su remuneración mientras trabaje.
Si hubiese un propósito válido para construir un escenario de paz y convivencia en el 2015, no puede ser otro que vencer las inequidades, y en ese propósito, si bien todos los ciudadanos no podemos tener la misma incidencia que un ministro de Hacienda, sí tenemos la misma responsabilidad, al menos desde las reflexiones. En lo personal, me cuestiona que la lista de regalos a los que aspiraba mi hija menor por Navidad, valga más que lo que gana una empleada de servicio doméstico en 2 ó 3 meses de trabajo. Mi hija aún no conoce el valor del dinero, pero tiene alguna dimensión de sus aspiraciones, en función del sitio donde vive y las cosas a las que accede. La deuda es de toda la sociedad, y muchos pretendemos saldarla "llevándole felicidad" a los niños pobres con un regalo al final del año.
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