Empiezo por confesar que esta nota de opinión está por completar un mes de recolección de ideas, que por fortuna fueron nutridas por publicaciones recientes en este diario, especialmente un reciente número de “Papel Salmón”. Pero la primera contribución se dio un mes atrás, cuando en su cuenta de Twitter Tola y Maruja propusieron que el Ministerio de Cultura le otorgara el “Premio Nacional a la Terquedá” a la revista Aleph, una de las iniciativas culturales sin duda más persistente y reconocida de nuestro país, que celebra 50 años bajo el liderazgo del maestro Carlos Enrique Ruiz, con las inmensas contribuciones de su Consejo Editorial y de cientos de colaboradores, entre artistas plásticos, poetas, historiadores, políticos, profesores y toda suerte de pensadores que han nutrido la revista en medio siglo desde los más diversos rincones del planeta.
Es probable que hablar de terquedad sea disonante como expresión de las virtudes que florecen en el marco de Aleph, pero para hacer justicia y claridad, bien vienen las palabras con que se definen los miembros del “Club de Tercos” de Villamaga, quienes dicen que la terquedad “... es en muchos casos una virtud reservada para los profetas, quienes se empecinan en remar contra la corriente porque presienten las cataratas, mientras el resto, los normales, aceptan cómodamente ser arrastrados por ellas”.
No se requiere mucho esfuerzo para hacer inventario de las evidencias de la fuerza y persistencia con que ha remado el profesor Ruiz, además de las que él mismo refirió en su reportaje de “Papel Salmón”, en el que sentenciaba que la razón fundamental para permanecer en esta empresa ha sido la obsesión y su creencia profunda en la educación y la cultura como el mejor camino.
Así las cosas, en la riqueza de nuestra lengua y de los amplios significados de nuestras palabras, terquedad y obsesión pasan a tener características de virtud, en una suerte de alquimia que solo puede atribuírsele a la poesía, la filosofía y la aventura del pensamiento, de nuevo, atributos innegables de Aleph.
Pero también podríamos, para matizar los imaginarios alrededor de las palabras, buscar sinónimos que permitieran reconocer la virtud sin tener que llamar Tercos a quienes la ostentan. En esa búsqueda, encontré una palabra de la que gusto, especialmente por el uso reiterativo en “El lado oscuro del Corazón” y otras películas de Subiela. Mejor que terco, al maestro Carlos Enrique lo llamaría Irreductible.
En cualquiera de sus acepciones, la “irreductibilidad” corresponde a aquello que no puede reducirse, ni por esfuerzo externo ni por voluntad propia. Aquello cuya grandeza ni siquiera le pertenece, porque no le viene por imposición ni arbitrio. Aquello que es grande, no por contenido y menos por apariencia, sino por significado. Resulta imposible reducir la grandeza de Aleph y de su creador, porque es la humildad el principal atributo de tal grandeza.
En los últimos 50 años hemos visto desfilar por la vida pública a centenares de grandes hombres y mujeres, con grandes empresas y proyectos a su cargo... muchos de ellos borrados hoy como los más grandes castillos de arena. En cambio, si algo puede advertirse en la grandeza del maestro Carlos Enrique y Livia, su complemento, es la aparente pequeñez que su humildad les confiere. Pero les pasa lo que a todo cuerpo pequeño con la luz crepuscular que ellos tanto admiran: su sombra se proyecta en dimensión inabarcable, y se funde con las demás sombras y luces sin que se pueda advertir límite. De tal alcance es su huella y su sombra, tan grandes que nadie las contiene y tan profundas que pasará mucho más de medio siglo antes de borrarse.
Termino esta nota de admiración despidiéndome, quizá temporalmente, de los lectores de LA PATRIA. En poco más de cuatro años he podido compartir un centenar de notas de opinión, gracias a la generosidad del periódico y su equipo editorial. La imposibilidad de continuar con la disciplina y constancia requeridas me hacen tomar distancia con respeto de estas páginas, honrando también la responsabilidad que asiste a quienes tenemos espacio de construir democracia desde una columna de opinión.
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