Como suele ocurrir en época electoral, los aspirantes a cargos de elección popular, sea para alcaldías, gobernaciones, concejos o asambleas, expresan públicamente sus compromisos e intereses en temas sociales, económicos, culturales o ambientales. No pongo en duda la bondad de sus intenciones y la veracidad de sus propósitos, pese a que muchos de ellos quizá no dimensionan realmente los límites de las funciones que aspiran a ejercer, pero sin duda, además de legítimas, creo que todas las aspiraciones están cimentadas en el interés de aportar desde las visiones particulares.
Lo que creo que es incoherente y lamentablemente generalizado es la profusión de los discursos en materia de la defensa ambiental, cuando el abuso en producción, difusión y fijación de publicidad está generando y generará un impacto ambiental muy superior a nuestros cálculos superficiales. Con seguridad las autoridades están haciendo lo propio por asegurar el cumplimiento de lo que la norma establece al respecto y que no se supere el límite establecido, pero este es uno de los tantos casos en el que el límite de lo admisible es distante de lo deseable.
La precariedad de nuestro ejercicio democrático ha derivado, entre otras cosas, en que las apuestas de las campañas estén más soportadas en las estrategias publicitarias que en la comunicación de las propuestas y las identidades políticas (prácticamente desaparecidas). Por eso no debe extrañar que parte de la decisión para aspirar a un cargo de elección, esté mediada por la disponibilidad para invertir importantes sumas de dinero en publicidad y “marketing político”. Tampoco debe extrañar que algunos de quienes salgan elegidos aspiren a recuperar desde sus cargos de elección lo que invirtieron ellos o sus financiadores.
Pero más allá de los riesgos que existen alrededor de la financiación de las campañas, quisiera poner en cuestión la dimensión y características del compromiso ambiental de los candidatos, si el consumo de tintas, papel, lonas y otros materiales usados para publicidad, en sí mismo está significando un impacto fuerte, y más grave aún, en poco menos de dos meses estarán incrementando nuestros ya vergonzosos niveles de generación de residuos.
Entiendo que en la dinámica de nuestros procesos electorales, los candidatos se sientan presionados para producir y distribuir grandes volúmenes de publicidad impresa; pero si han de sucumbir ante la presión, valdría la pena que asumieran el compromiso de recolectar para reutilización o reciclaje, al menos alguna parte del material que hoy está colmando las calles y los espacios públicos.
También podemos los electores motivar un cambio de estrategia de parte de los candidatos. Si rehusamos recibir volúmenes grandes de papel en volantes y afiches, si pedimos que los candidatos expongan sus ideas más que sus rostros y si hacemos vigilancia para que después del 25 de octubre se haga una adecuada recolección y disposición del material que se haya producido, podremos motivar cambios, al menos para las siguientes contiendas electorales. Hace pocos días se movilizaron muchos ciudadanos de Manizales para evitar la tala de algunos árboles urbanos. Similares gestos podríamos tener para evitar que se consuma papel de manera irracional y se contamine por su inadecuada disposición en el corto plazo.
Finalmente, para reconocer también las evidencias de un genuino compromiso ambiental, vale resaltar la acción valerosa y responsable que han promovido las universidades de SUMA, la Alcaldía de Neira, la Gobernación de Caldas y las comunidades del sector del Alto El Roble, por la defensa, protección y adecuada gestión de su patrimonio natural, fuente de vida en toda la historia del municipio y capital necesario para garantizar la permanencia de las generaciones futuras.
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